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Pobreza de tiempo, una medida de la desigualdad que afecta más a las mujeres
06.06.24
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Profesora asociada del Departamento de Economía de la Universidad Pablo de Olavide y «honorary research fellow» en el University College London - Center of Time Use Research
Solicitar entrevistaDoctora en Sociología, profesora titular de universidad en la UAB e investigadora del QUIT y del Instituto de Estudios del Trabajo
Solicitar entrevistaLa pobreza se entiende comúnmente como una situación de dificultad económica. Sin embargo, una rama de investigación profundiza en el concepto de la «pobreza de tiempo». Este indicador refleja el tiempo libre con que cuentan las personas después de tomar en consideración el trabajo remunerado y no remunerado más el tiempo de cuidado personal. Las investigadoras Margarita Vega-Rapun y Sara Moreno Colom analizaron su impacto durante una conversación en CaixaForum Macaya organizada por el Observatorio Social de la Fundación ”la Caixa” junto con la Time Use Initiative.
A finales de la década de los setenta y los primeros años de los ochenta del pasado siglo, millones de mujeres de todo el mundo occidental se incorporaron al trabajo remunerado sin abandonar muchas de las responsabilidades que tenían en casa relacionadas con los cuidados de la familia. Además, esta incorporación de las mujeres al mercado laboral no se correspondió, o al menos no en la misma medida, con la incorporación de los hombres al trabajo no remunerado. Las consecuencias en la vida de ellas fueron múltiples, tanto en su salud mental como en su tiempo de ocio. En definitiva, las convirtió en pobres de tiempo.
Una nueva dimensión de la pobreza
El pasado 31 de enero, las investigadoras Margarita Vega Rapun, del Center for Time Use Research de la University College London y autora del estudio The multidimensionality of poverty: Time poverty in Spain (2021), y Sara Moreno Colom, profesora de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona e investigadora del Centre d’Estudis Sociològics sobre la Vida Quotidiana i el Treball (QUIT), se reunieron en CaixaForum Macaya para conversar sobre la pobreza de tiempo en los países desarrollados dentro del ciclo El derecho al tiempo, debate clave para el siglo XXI, organizado por el Observatorio Social de la Fundación ”la Caixa”.
«La pobreza de tiempo es un indicador que nos permite dar una medida más completa sobre la pobreza, que normalmente solo recoge la pobreza de ingresos», explica Margarita Vega. «A través de las encuestas del uso del tiempo, podemos evaluar el tiempo que las personas le dedican al trabajo remunerado, al no remunerado y a los cuidados personales. Esta información nos permite establecer una línea de pobreza de tiempo similar a la que se calcula para los ingresos. Todas aquellas personas que estén por debajo de la misma serán considerados pobres de tiempo».
En España, esta línea se ha establecido en los 170 minutos al día: si estamos por debajo de ese umbral, somos pobres de tiempo. Y si además tenemos pocos ingresos, se genera un círculo vicioso del que es difícil salir: probablemente la persona pobre de tiempo tendrá unas responsabilidades propias del trabajo no remunerado que no le permitirán acceder a uno remunerado o trabajar las horas suficientes para tener un salario digno.
«La pobreza de tiempo a veces no solo la podemos medir contabilizando la cantidad de tiempo de libre disposición personal que tienen las personas», explica Sara Moreno, «porque podemos disponer de mucho tiempo, pero también tener poca capacidad para decidir acerca del mismo o que este se acabe contaminando por otras actividades, como por ejemplo los cuidados». La profesora explica que disponemos de 24 horas al día, pero las condiciones materiales con las que vivimos determinan cómo las usamos y nuestra capacidad de decisión sobre las mismas. Nos encontramos, por ejemplo, el caso de los parados que, en realidad, lo que querrían es trabajar. Disponen de mucho tiempo libre, pero esto no los hace más ricos temporalmente, sino que viven en la pobreza material. Por tanto, a diferencia de los recursos económicos, en los que cuanto más dinero se tiene más rico se es, con el tiempo no siempre es así, existen otros ejes de desigualdad que hay que considerar.
Las mujeres son las más pobres de tiempo
«La pobreza de tiempo está feminizada», afirma Vega. «Al calcularla, tenemos en cuenta el trabajo no remunerado, que hasta ahora no se valoraba porque no teníamos indicadores ni datos. Un trabajo en el que se incluyen las tareas de limpieza, hacer la comida o el cuidado de los hijos, y que todavía hoy en día recae en su mayor parte sobre las mujeres. Al añadir este factor al cálculo de la pobreza global, esta se vuelve todavía más severa para las mujeres». Según datos de la encuesta de características esenciales de la población y viviendas 2021 del Instituto Nacional de Estadística, solo un 15 % de los hombres dice encargarse de la mayor parte de las tareas domésticas, frente a un 46 % de las mujeres. Las investigadoras apuntan que, aunque muchas mujeres se han incorporado al trabajo remunerado en los últimos años y también algunos hombres al no remunerado, estos últimos no lo han hecho en la misma medida.
Qué efectos tiene en las personas
Según las expertas, el efecto de la pobreza de tiempo en las personas es múltiple, dependiendo del ámbito que consideremos. Por ejemplo, en el plano profesional, una persona pobre de tiempo no podrá realizar cursos de formación o reciclaje para incrementar su capital humano. Esto hará que tenga menos posibilidades de ascender.
«Las mujeres son las que tienen más trabajos a tiempo parcial y esto no es una casualidad, ya que está vinculado con que están realizando trabajos de cuidados que no les permiten acceder al trabajo a tiempo completo», explica Vega. En España hay más de 2,8 millones de ocupados que trabajan a jornada parcial, de los que el 73 % son mujeres y solo el 27 % son hombres, según la Encuesta de población activa (EPA).
En un plano más personal, la pobreza de tiempo tiene también enormes efectos en términos de salud mental. Moreno pone el ejemplo de lo que ocurrió durante la pandemia: «Cuando se analizaron los efectos que el teletrabajo tuvo en las personas, se observó que las mujeres habían sufrido más en términos de salud mental. Entre otras, la explicación que se dio a esto fue que, además de su trabajo remunerado, ellas tuvieron que estar pendientes de todo lo que pasaba en el hogar y tuvieron que autoexplotarse para llegar a todo». Es decir, como durante el día estaban ocupadas con temas relacionados con el hogar, acababan trabajando por la noche cuando todo el mundo dormía, lo que supuso alteraciones del sueño, estrés, ansiedad y angustia.
«Una persona pobre de tiempo también tiene menos posibilidades de desarrollarse en términos de aficiones, hacer ejercicio, cocinar, dedicar tiempo a realizar una compra saludable, participar en política o realizar actividades sociales, lo que recorta su capacidad para ser una ciudadana de pleno derecho», explica Vega. «De la misma forma, una sociedad en la que muchos de sus ciudadanos sean pobres de tiempo será una sociedad enferma y deficiente, que probablemente tenga carencias importantes en términos de derechos y oportunidades de sus ciudadanos».
Cómo reducir la pobreza de tiempo
Según Moreno, a la hora de pensar qué tipo de medidas pueden implementarse para conseguir una nueva organización del tiempo que sea más amable para todos surgen tres ideas fundamentales. «La primera es la reducción de la jornada laboral, pero no valen todas las reducciones, sino que tiene que ser sincrónica y cotidiana si el objetivo es reducir las desigualdades, especialmente de género», remarca. «Es decir, trabajar cada día un poco menos. La semana laboral de cuatro días puede polarizar a la población ocupada y acentuar determinadas desigualdades».
La profesora señala, sin embargo, que esa medida tampoco es una solución infalible, ya que aunque las personas puedan dedicar menos tiempo al trabajo remunerado, esto no garantiza que vayan a dedicar más al trabajo doméstico y de cuidados si previamente no tenían asumida ninguna responsabilidad en este sentido. La segunda idea, pues, es apostar por trabajar en la línea de conceder permisos individuales e intransferibles por cuidado de nacimiento y adopción, porque son el motor de cambio a través del que los hombres están entrando en el trabajo no remunerado, y también permisos para el cuidado de personas mayores.
Para terminar, Moreno explica que el tercer pilar es el cambio cultural. «Está claro que es necesario y que lleva tiempo, pero tenemos que ir trabajando en la sensibilización del reparto del trabajo doméstico y en otras organizaciones del tiempo que piensen más en términos de bienestar cotidiano». La conclusión de Vega es la misma: «La clave de todo es el cambio de mentalidad. La pobreza de tiempo se aliviaría mucho si simplemente se repartiera mejor el trabajo no remunerado entre hombres y mujeres».