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Aprender a gestionar la soledad: el reto del siglo XXI
23.12.24
7 minutos de lecturaEl siglo XXI ha sido denominado el siglo de la soledad. Los cambios sociales han debilitado las redes comunitarias, que buscan el bienestar común, en favor de un individualismo creciente. Hechos como la industrialización, el movimiento de la población rural hacia las grandes urbes o el aumento de la esperanza de vida propician situaciones de soledad en todas las etapas de la vida, pero especialmente en las personas mayores. Para dar respuesta a este reto, hace 10 años nació el programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”.
En una sociedad como la actual, iniciativas como el programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”, pionero tanto en el abordaje de la soledad como en su modelo de intervención, son determinantes para acompañar y empoderar a las personas mayores de 60 años poniéndolas en el centro, como sujetos activos de su propio proceso de envejecimiento. Solo en 2024 se atendió a más de 2.900 personas en situación de soledad y, según el último estudio realizado, casi el 70 % de los participantes perciben una mejora de su estado emocional.
Las causas más comunes que precipitan la soledad en las personas mayores surgen de cambios vitales significativos, como la jubilación, las pérdidas afectivas o los primeros achaques y problemas de salud. Según Javier Yanguas, director científico del programa, «la importancia de afrontar y saber gestionar estas transiciones propias de la vida es determinante para sobrellevar los sentimientos de soledad que generan».
Camino Oslé, doctora en Pedagogía, trabajadora social y gerontóloga, y miembro del Comité de Bioética de Navarra, señala dos tipos principales de factores que determinan la soledad en la vejez: «Los condicionantes individuales, centrados en la movilidad y la capacidad cognitiva, y los condicionantes colectivos, que dependen de las relaciones sociales».
Las mujeres están más solas
La perspectiva de género también es clave para entender la soledad, ya que esta tiene más prevalencia en las mujeres de edad avanzada. «Tenemos mayor esperanza de vida que los hombres y, por tanto, padecemos más las lacras asociadas a la vejez», afirma Camino Oslé, a la que avalan los datos: el 70 % de las personas que viven en residencias son mujeres, según el censo de centros residenciales de los servicios sociales españoles, elaborado por el Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO).
En la mayoría de los casos, la soledad en las mujeres se intensifica cuando su papel como cuidadoras llega a su fin: «Muchas mujeres hasta ahora solían vivir volcadas en el cuidado de la familia y el hogar. Cuando los hijos se marchan o se quedan viudas, si no han tenido tiempo de crear una red social propia, se encierran en casa y caen en el aislamiento», añade.
Sobre este aislamiento social y la posibilidad de tejer redes y vínculos personales, Isabel Cabrera, profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid e investigadora del equipo CUIDEMOS, opina que el contexto sociocultural actual «juega un papel muy importante». La pérdida de las redes vecinales y de los espacios comunitarios se refleja incluso en la estructura de las ciudades. «Apenas hay zonas verdes o espacios urbanos en los que poder sentarse y compartir una conversación», señala.
El individualismo creciente de la sociedad de consumo actual tampoco ayuda, ya que favorece que haya menos relaciones personales y de peor calidad. Como afirma el catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo y escritor Marino Pérez en su libro El individuo flotante, «vivimos en una sociedad de individuos flotantes, sin arraigos, en la que escasean las relaciones significativas y duraderas». De ahí la relevancia de contar con la implicación de la comunidad para, en la vejez, restablecer los lazos sociales perdidos.
Autoestereotipos de la
vejez: interiorizar el edadismo
Las conductas edadistas también influyen en la percepción de la vejez. El edadismo, que se va interiorizando a lo largo de la vida, genera una visión negativa sobre lo que es ser mayor y tiene un impacto significativo en el envejecimiento que puede llegar a afectar a la salud física y psicológica.
En su investigación, Isabel Cabrera ha detectado que personas de 60 años, sanas y autónomas, asumen como propios estos estereotipos: «Empiezan a tener dudas sobre sus capacidades, perciben que tienen menos control y esto les conduce a dejar de hacer cosas». Estas conductas autoimpuestas derivan, entre otras cosas, en sentimientos de culpabilidad y carga que pueden llegar a producir «dependencia, sintomatología depresiva o incluso deterioro cognitivo», declara la psicóloga.
Las personas mayores a veces no expresan los sentimientos de soledad porque asumen que ser mayor es vivir en soledad, pero «no hacer caso de la emoción que están sintiendo es una barrera para encontrar ayuda», añade Cabrera. Según su experiencia, estas creencias erróneas se unen al estigma de la soledad como un fracaso personal: «Hay un rechazo social a las emociones negativas y eso es un problema, porque son parte de la vida y el primer paso para avanzar es aceptarlas».
Esta «tiranía de la felicidad» tan actual funciona, según Marino Pérez, como una ideología. «El término se refiere casi a una obligación de ser feliz, como si el que no lo fuera es porque no quisiera. Se presupone que ser feliz es fácil y una elección, pero ciertamente no hay una ciencia ni unas técnicas para serlo. Y se convierte en una tiranía cuando las personas están obligadas a reír a pesar de los malestares que puedan tener».
En las personas mayores, un gran ejemplo de esta narrativa de búsqueda incesante de la felicidad se da en la etapa de la jubilación. Socialmente se contempla desde una perspectiva muy hedonista, como un gran evento en el que se puede disfrutar del tiempo libre sin obligaciones. Sin embargo, para muchas personas, esta pérdida de rol en el trabajo y el dejar de sentirse útiles pueden suponer un gran vacío existencial. «Algunos incluso ocultan malestares a su círculo cercano porque se supone que deben estar felices siempre», asegura el psicólogo.
Es urgente dejar de
vivir de espaldas a la vejez
La vejez se sitúa en las antípodas de una sociedad que utiliza la juventud como baremo: ser joven hoy en día es sinónimo de estar bien. Francesc Torralba, doctor en Filosofía, Teología, Pedagogía e Historia del Arte, apunta que «el arquetipo de hombre o mujer que se presenta en todos los canales comunicativos es joven, esbelto, sano y, además, rico. Y todo lo que no encaja con este arquetipo tratamos de esconderlo en la penumbra. Hay un miedo a ser estigmatizado. Sin embargo, la vulnerabilidad es el rasgo más universal de la condición humana: todos podemos ser heridos. Incluso Aquiles fue vulnerable».
Según Marino Pérez, el reto actual es preparar a las nuevas generaciones para saber envejecer y afrontar la soledad. Joan-Carles Mèlich, doctor en Filosofía y Letras por la Universitat Autònoma de Barcelona y premio nacional de ensayo 2022 por La fragilidad del mundo (2021), añade que «la palabra soledad no tiene por qué tener un sentido negativo y que, cuando lo tiene, quizá no sea soledad sino abandono, que es el darse cuenta de que no importas para nada ni para nadie».
«Ha costado mucho esfuerzo que podamos vivir más años. Por eso, las generaciones futuras han de contemplar la vejez con ilusión», reclama Camino Oslé. Según su propia experiencia, es necesario que a partir de cierta edad se mire de frente el envejecimiento: «Estar en contacto con la realidad de las personas mayores es fundamental para comprender lo que viene». Te prepara y te da herramientas para que en el futuro puedas entender y afrontar esta nueva etapa «viviendo todos los días de tu vida, que no consiste en vivir muchos años, sino en vivirlos bien».