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Palabras para hacer frente al edadismo
28.03.24
8 minutos de lecturaEl edadismo es una forma de discriminación social por cuestión de edad que afecta a muchas personas mayores. Según un informe de la ONU, una de cada dos personas discrimina por razón de edad. Una de las formas de edadismo más extendidas y de las que somos menos conscientes es el uso inadecuado del lenguaje. Las palabras que utilizamos reflejan lo que pensamos y sentimos, y pueden estar marcadas por estereotipos y prejuicios. El lenguaje puede infantilizar, despersonalizar y deshumanizar a las personas mayores. Y el Glosario sobre edadismo de la Fundación ”la Caixa” invita a la reflexión sobre todas esas palabras y expresiones edadistas que les afectan.
El Glosario sobre edadismo de la Fundación ”la Caixa” es el resultado de un riguroso proceso de recopilación y selección de palabras y expresiones edadistas facilitadas por participantes del Programa de Personas Mayores de la Fundación ”la Caixa” en distintas ciudades de España, así como también a través de la campaña en redes sociales «No soy tu abuelo», lanzada el 15 de junio de 2022 con motivo del Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez.
De entre las más de 300 palabras y expresiones recogidas se han seleccionado las 45 más representativas. Cada palabra o expresión permite desarrollar una reflexión conceptual sobre el edadismo, subrayando la dignidad de la persona con el fin de plantear una reflexión clara y cercana sobre el edadismo. El glosario se presenta como un recurso útil y práctico para profesionales, instituciones, medios de comunicación y la sociedad en general con el objetivo de concienciar sobre el lenguaje edadista y evitar su uso por parte de la sociedad y los profesionales.
Edadismo es un término acuñado por el médico Robert Butler en la década de los sesenta que entró a formar parte del Diccionario de la lengua española en 2022. La psicogerontóloga y experta en psicología del envejecimiento Montse Celdrán, que ha escrito el texto del glosario, explica que «aunque esta discriminación está muy presente hoy en día en diferentes ámbitos sociales, muchas personas aún se sorprenden al oír la palabra».
La pandemia de COVID-19 evidenció este prejuicio en nuestra sociedad. En los medios de comunicación se hablaba habitualmente de «nuestros mayores». «Vimos el fuerte paternalismo que existía hacia las personas de edad», señala la experta, «a las que no dejamos decidir, como adultos que son, cómo querían enfrentarse al virus o qué riesgos querían asumir en sus contactos personales».
El edadismo, explica Celdrán, surge de cómo nos hemos organizado como sociedad en el plano intrageneracional. «Tendemos a dividir nuestros momentos vitales en convivencias de grupos de edades muy similares. Esta organización de la vida se observa, por ejemplo, en la organización clásica de los cursos académicos o, de forma más anecdótica, en cómo nos sentamos en una mesa para una reunión familiar».
A la manera de relacionarnos hay que añadir además los sentimientos que nos genera el mismo proceso de envejecer. «La pérdida de poder y autoridad que ha sentido la figura de la persona mayor en las últimas décadas, tanto dentro de la familia como en la sociedad en general, no ha ayudado a ver la vejez con sus matices positivos y negativos, y por tanto, su complejidad», dice. «Esta pérdida de valor dificulta enormemente que las personas cuando envejecen se sientan orgullosas de su momento vital, lo que conduce al peor elemento del edadismo: la autodiscriminación y el propio temor de la persona a reconocerse en ese proceso vital».
Un grupo social cada vez más numeroso y heterogéneo
Como señala la escritora Soledad Puértolas en el prólogo del glosario, la nuestra es una sociedad envejecida. «Eso quiere decir, en la práctica, que el grupo de personas de edad avanzada —superior a los 60 años— es cada vez más numeroso». «Dentro de ese grupo, son mayoría los individuos que no se encuentran vinculados a la sociedad mediante un puesto de trabajo. Pero las características y matices de cada una de las personas que lo componen son muchos y diversos. Es importante cobrar conciencia de ello. No es un grupo homogéneo», subraya.
«Lamentablemente», continua Puértolas, «en el trato que reciben predomina una actitud marcada por la infantilización, la despersonalización y la deshumanización. La frecuente utilización de diminutivos, la tendencia a generalizar, la falta de respeto por su privacidad o la indiferencia hacia sus juicios y opiniones son expresión de este hecho social que hemos de afrontar y al que tenemos que dar una respuesta apropiada».
Nunca hay que dar por sentado, subraya Celdrán, que a las personas mayores, por tener una edad determinada, «les va a gustar un determinado tipo de música o de actividad, ni que su etapa vital es la de los recuerdos o gustos del pasado, porque su etapa vital es también el presente».
«Tener respeto por los mayores es tenerlos en cuenta», afirma con rotundidad Pilar Ruiz-Va Palacios, profesora de filología de la UNED, jubilada desde hace cinco años y usuaria de un centro de personas mayores de la Fundación ”la Caixa”. «Los mayores tenemos gran interés por seguir siendo útiles, aprender y expresar nuestra creatividad. Nos hacemos mayores, pero no tontos. Aún podemos lograr grandes cosas».
La importancia del lenguaje y de la palabra
Un lenguaje edadista, según Celdrán, es aquel que refleja los estereotipos hacia las personas mayores, muestra los sentimientos negativos hacia la vejez o consigue una reacción conductual negativa hacia la persona mayor. «Por ejemplo, si una persona mayor nos dice que le duele mucho la rodilla y nuestra respuesta es “son cosas de la edad”, estamos quitando importancia a una situación que ella quiere compartir en ese momento con nosotros».
Ruiz-Va Palacios recuerda que, cuando su madre estaba en el hospital, un enfermero le dijo: «Abuela, ¿qué le vamos a hacer?». Ella le respondió que no era su abuela y que tampoco lo iba a llamar «hijo mío». «Mi madre murió con 95 años y una cabeza prodigiosa. Solía decir: “Yo soy vieja, no soy mayor”». Como su progenitora, ella también reivindica sus años. «Yo voy con mi edad por delante. Me parecería humillante tener que ocultarlo o disimularlo».
Filóloga de profesión, los lingüistas, dice, hablan del maternés para referirse a esto. Es decir, el estilo de habla y expresión no verbal que típicamente utilizamos para dirigirnos a un bebé. «Hablamos a las personas mayores como si fueran tontos», explica, «y es posible que algunos seamos tendentes a sordos, pero no es por ser viejo por lo que me tienes que gritar».
El lenguaje configura nuestra realidad y nos limita. Conceptos como jubilado, viejo o abuelo nos determinan. Expresiones como «son como niños» o «son cosas de la edad» nos transforman. «Es una trampa perfecta», señala Celdrán. «No sabes cómo, pero un día te encuentras diciendo lo que para mí es un primer signo de autoedadismo: “Yo ya soy mayor para…”, y sin darte cuenta comienzas a asumir aquello negativo que se espera de ti por tener una edad determinada. Es lo que en las investigaciones llamamos ser la encarnación del estereotipo, con el añadido de la sensación de la profecía: “No puedes hacer nada para no caer en la vejez”, de nuevo destacando solo aquello negativo que puede comportar ser mayor».
Otras personas, añade la psicogerontóloga, proclaman que ellos no son mayores y luchan para alejarse de todos los estereotipos. «El “problema” es que sí lo son y eso les dificulta entender y prepararse para una posible vejez en dependencia». En este caso, el positivismo tampoco ayuda demasiado porque «edulcora la vivencia». Existen algunos dichos, recuerda, «a priori positivos», como pueden ser que «las personas mayores son sabias» o «soy mayor, pero de espíritu joven», pero que no dejan de esconder una mirada homogénea sobre las personas mayores y recaen en el estereotipo vacuo.
Cómo combatir el edadismo
No existen remedios mágicos para el edadismo. Sin embargo, incide Celdrán, se puede intentar evitar fórmulas que engloben a las personas dentro de un segmento de edad determinado, como «los mayores sois…» o «a tu edad…». En cuanto a los diminutivos, forman «parte de la historia afectiva de ambos interlocutores», y en ese caso, hay que tener en cuenta «cómo se siente la persona mayor ante dicha expresión».
Recordar que se trata de un grupo heterogéneo, saber escuchar lo que quiere la persona mayor, respetar su ritmo de decisión y de vida o trabajar la mirada sobre nuestro proceso de vejez son otras de las recomendaciones que apunta esta experta. «Necesitamos también organismos, empresas, entidades, etc., que incorporen la perspectiva de edad en su misión y valores, que puedan organizar sus actividades entendiendo que sus usuarios se harán mayores y que sus necesidades van a ir cambiando».
En cualquier caso, indica, «la mejor forma de romper estereotipos es a través del contacto directo, de observar que jóvenes y mayores tienen necesidades comunes y que pueden aprender unos de otros. Todos ellos pueden sentir que la generación intermedia no los escucha lo suficiente o que no se les tiene tanto en cuenta a la hora de tomar decisiones».
Para Puértolas, «el envejecimiento de la sociedad no debe llevar a una degradación del trato que los seres humanos se dan unos a otros. Como sociedad estamos obligados a defender, en toda ocasión, la dignidad de la persona. Y como individuos también tenemos ese compromiso».