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Carlos Umaña: «Pensar que las armas nucleares evitan conflictos es absurdo e ingenuo»
28.05.24
9 minutos de lecturaCarlos Umaña (Costa Rica, 1975) es médico y activista. Forma parte del equipo directivo de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares, que en 2017 recibió el Premio Nobel de la Paz por su labor de concienciación y por conseguir el apoyo social y político para la adopción del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares. Umaña, que copreside la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear, participó en una conferencia organizada por el Observatorio Social de la Fundación ”la Caixa” en CaixaForum Macaya.
Su toma de conciencia sobre los efectos de las armas nucleares se inició tras visitar Hiroshima. ¿Qué ocurrió en ese viaje?
En 2002 fui a Japón a hacer un curso sobre investigación epidemiológica con el Ministerio de Salud de Costa Rica y durante nuestra estancia nos llevaron al Museo de Hiroshima. Por aquel entonces, yo no conocía en detalle los efectos de las armas nucleares, pero hubo algo que me impactó de manera profunda. Fue un dibujo hecho por un sobreviviente, casi caricaturesco, de unas niñas saliendo de unos escombros, en agonía, pidiendo agua y llamando a su mamá. Eso se me quedó marcado, todavía lo recuerdo con claridad.
¿Cuándo empezó su activismo?
Diez años después de visitar Hiroshima. Había dejado la medicina para estudiar pintura y escultura, pero una colega me contó que existía la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear y que ella quería abrir una filial en Costa Rica. Entre los dos la creamos y, en apenas unos meses, ya habíamos organizado un evento enorme en la casa presidencial, donde la entonces presidenta Laura Chinchilla se comprometió con la prohibición de este tipo de armas.
Han pasado casi 80 años de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. ¿Sigue existiendo peligro de una guerra nuclear?
Los expertos afirman que es el momento de mayor riesgo de la historia y no solamente por la probabilidad de que esta ocurra, sino por el impacto que podría tener. El Bulletin of the Atomic Scientists, responsable del llamado «Reloj del Apocalipsis», que mide de manera simbólica lo cerca que estamos de una guerra nuclear a gran escala, ha declarado que estamos a 90 segundos de ese escenario. Para ponerlo en contexto, con la crisis de los misiles de Cuba de 1962 estábamos a 12 minutos.
¿Cómo ha afectado a esta amenaza el conflicto en la Franja de Gaza?
Israel no ha aceptado públicamente que tenga la bomba atómica, pero lo dice de forma indirecta. De hecho, un ministro ha declarado en reiteradas ocasiones que se debería usar en Gaza. Es muy preocupante, porque además de relativizar el sufrimiento de civiles inocentes está demostrando que no conoce en absoluto los efectos de este tipo de armamento, que no se pueden controlar y no conocen fronteras. Por otro lado, el conflicto está desestabilizando Oriente Medio y eso podría dar pie a que surja un nuevo país nuclear, ya que según ha descrito el Organismo Internacional de Energía Atómica Irán está a un paso técnico de desarrollar la bomba.
¿Y la situación en Ucrania?
En este caso, Rusia ha usado la posesión de armas nucleares como una herramienta de coerción. Afirmó explícitamente que si algún Estado se atrevía a intervenir en el conflicto iba a recibir consecuencias como nunca las había habido. En un contexto bélico, en que hay países que realizan amenazas de este tipo, es más fácil que se malinterprete una falsa alarma como un ataque real. El riesgo de que haya malos cálculos aumenta.
De hecho, el secretario general de la ONU dijo en 2022 que el mundo está «a un malentendido de la aniquilación nuclear». ¿A qué se refería?
Uno de los riesgos más preocupantes es la posibilidad creciente de una detonación accidental. Los sistemas de alerta máxima están cada vez más interconectados y automatizados, y son más vulnerables a errores técnicos y humanos, así como al ciberterrorismo. De las 12.500 ojivas que aproximadamente tienen los 9 países nucleares, hay unas 2.000 que están en estado de alta operatividad, es decir, que se pueden detonar en minutos. Los sistemas de alerta máxima, que deciden si lanzar o no una bomba como contraataque, se han equivocado muchísimas veces. Y lo han hecho por confusiones tan banales como las generadas por una bandada de gansos, un globo meteorológico o una nube de tormenta.
Decía que los efectos de las bombas atómicas son incontrolables. ¿Qué sucedería en caso de guerra nuclear?
Siendo detonada en una gran ciudad como Washington o Moscú, una bomba atómica actual podría causar decenas de miles de muertos instantáneamente, cientos de miles de heridos y víctimas del síndrome de irradiación aguda, que es una de las cosas más dolorosas que puede sufrir una persona porque descompone los órganos vitales. También produciría enfermedades crónicas y una incidencia altísima de varios tipos de cáncer y malformaciones, incluso en las siguientes generaciones, en hijos de personas aparentemente sanas. Ahora, si hablamos de una guerra nuclear a gran escala no estamos hablando de una detonación, sino de varias. Eso significa millones de muertos y heridos. Por otro lado, se destruiría la capa de ozono y subiría a la estratosfera una gran cantidad de hollín. Eso impediría el paso de la luz solar, lo que convertiría el mundo en un lugar mucho más oscuro y frío, por lo que muchos ecosistemas no podrían sobrevivir a cambios tan drásticos. Sería el fin de muchísimas especies, el de nuestra civilización y probablemente el de la humanidad.
Iniciar una guerra nuclear parece un suicidio para cualquier país. ¿Por qué los Estados siguen teniendo estas armas?
Todo el mundo entiende que las armas nucleares están hechas para no ser usadas, porque es prácticamente imposible emplearlas sin que luego nadie las utilice en tu contra. Su valor está en virtud de la amenaza de uso. Y la paradoja está en que, para que funcione, esa amenaza debe ser creíble. Es un absurdo con el que convivimos sin pensarlo.
¿Cómo puede ser legal poseer bombas atómicas?
En realidad no es legal, especialmente según el derecho internacional humanitario, que básicamente es la ley de la guerra. Todas las armas de destrucción masiva son ilegales, pero no había una prohibición explícita de las nucleares hasta el Tratado sobre la Prohibición de 2017. El problema ahora está en la mala interpretación de la ley, que se hace según la conveniencia, y en la falta de universalidad. Si una normativa no es universal, no se aplica, por eso estamos en esta fase de estigmatización, para lograrlo.
¿En qué consiste exactamente la estigmatización que promueve la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares?
Como diversos países no se han adherido al Tratado sobre la Prohibición, se está generando una estrategia de «condena moral», que hace que esas armas se vean como inaceptables por la opinión pública. Este es un cambio que ha sido eficaz a lo largo de la historia para abolir la esclavitud, por ejemplo, y otro tipo de armas, como las químicas o las biológicas. También fue el caso de las minas terrestres y las municiones en racimo. Estados Unidos dejó de fabricarlas no por convencimiento, sino porque se quedó sin compradores ni inversores, porque la estigmatización mundial hacía que producirlas fuese desfavorable.
¿Qué opina del argumento que defiende que las armas nucleares evitan conflictos mayores?
Es completamente absurdo e ingenuo. Al surgir la bomba atómica, mucha gente, incluso algunos pacifistas, pensaron que eso impediría que las grandes potencias se atacaran. Pero eso es como decir «estamos en paz» apuntándonos con una pistola. La amenaza de usar armas nucleares es en sí violencia y la paz no se construye con imposiciones, sino generando oportunidades de cooperación. La paz atómica es una contradicción en sí misma.
¿Por qué cree que los intentos de desarme en el pasado no prosperaron?
Cuando terminó la Guerra Fría, todo el mundo pensó que era el fin de la amenaza nuclear. Pero los países no se desarmaron porque la posesión de este tipo de armas implicaba tener un privilegio. La bomba atómica se había convertido en la moneda del poder, y el que la tiene no la va a ceder fácilmente. Gorbachov y Reagan tenían la voluntad de deshacerse de todo su arsenal, pero no se concretó y finalmente solo salieron adelante tratados bilaterales para reducir el riesgo, pero no para eliminarlo.
¿Cómo convive su campaña con los discursos que promueven el uso de la energía atómica como respuesta a la crisis climática?
Políticamente son temas muy distintos porque uno es una amenaza para la misma existencia y el otro no. Sin embargo, la energía nuclear también tiene un riesgo altísimo, como hemos visto en la guerra de Ucrania. La central de Zaporiyia, ocupada por Rusia, tiene seis reactores. Un desastre allí lo sería para toda Europa y el mundo porque es una reserva mundial de grano. Por otro lado, la energía atómica es cara en comparación con las renovables y en realidad no es verde porque la minería de uranio es increíblemente contaminante.
Usted suele afirmar que las armas nucleares se sustentan en un sistema colonial y patriarcal. ¿A qué se refiere?
Este tipo de armamento tiene un componente xenófobo, la posibilidad de destruir a una población que no es como la nuestra, que es diferente. A lo largo de la historia se han hecho 2.057 ensayos nucleares en lugares como las Islas Marshall, Kazajistán y Australia, y el común denominador de las poblaciones afectadas es que no eran blancas ni ricas. Por otro lado, está la concepción de proteger a través de la fuerza, que es algo bastante patriarcal. El desarme es visto como algo débil, como algo amanerado. En ese sentido, las armas nucleares son el epítome de la masculinidad tóxica.