Estás leyendo:
Más allá del miedo al algoritmo: una IA socialmente responsable
22.02.24
6 minutos de lecturaEnvía tus preguntas a:
Ingeniera en Telecomunicaciones, doctora en Inteligencia Artificial y directora de la Fundación ELLIS Alicante
Solicitar entrevistaLa inteligencia artificial (IA) nació en los años 50 con el objetivo de construir sistemas computacionales inteligentes. Tras décadas de evolución, en los últimos años ha sufrido un desarrollo exponencial, con implicaciones importantísimas a nivel tecnológico y económico, así como su democratización en el uso por parte de cualquier ciudadano mediante herramientas como ChatGPT. Tal y como analiza la experta Núria Oliver, su crecimiento implica extensos debates éticos, problemas en cuestiones tan relevantes como la desinformación, pero también un abanico inmenso de posibilidades para un uso social y responsable.
Oliver es una de las máximas referentes en inteligencia artificial de nuestro país. Licenciada en Ingeniería de Telecomunicaciones por la Universidad Politécnica de Madrid en 1994 como primera de su promoción, recibió una beca de posgrado de la Fundación ”la Caixa” para realizar un doctorado en Ingeniería en el MediaLab del MIT. Se doctoró en el año 2000 y, desde entonces, su investigación se ha centrado en la IA, trabajando para grandes compañías como Microsoft, Telefónica o Vodafone. Además, Oliver es cofundadora de la Fundación ELLIS (European Laboratory for Learning and Intelligent Systems) de Alicante, una entidad dedicada a la investigación en IA centrada en el ser humano.
Según Oliver, no se puede entender la IA en un contexto que no aborde los grandes retos a los que nos enfrentamos como sociedad: “el envejecimiento de la población, el agotamiento de los recursos y la polarización de la acumulación de la riqueza, la crisis energética propiciada por un gran consumo de energía no renovables, el cambio climático y las pandemias”, señala. “Necesitamos a la IA para poder abordar estos retos y, por lo tanto, la necesitamos para poder sobrevivir como especie”, asegura.
“Vivimos en un mundo en el que usamos constantemente aplicaciones cargadas de IA y hablamos con altavoces inteligentes que nos entienden”, sostiene Oliver. “Y vamos hacia un mundo donde conviviremos con coches autónomos y robots sociales. Un mundo con ciudades inteligentes que generan datos constantemente, datos que vamos a poder interpretar gracias a la IA”.
Según el IoT Analytics Research, en 2020 se superaron los 12.000 millones de dispositivos conectados a internet. “El móvil es el dispositivo tecnológico con más adopción en la historia de la humanidad”, afirma la experta. Esta ubicuidad de la tecnología da lugar a ingentes cantidades de datos. El IDC Global DataSphere de 2018 estima que en 2025 contaremos con 175 zettabytes de información. Y “no hay otra forma de procesar este volumen de información que mediante técnicas de IA”, dice Oliver. Gracias a estos datos y una gran capacidad computacional, los algoritmos aprenden y encuentran patrones, hacen predicciones, crean imágenes que parecen creadas por el ser humano o traducen de un idioma a otro.
“Hoy en día convivimos con la IA muchas veces sin saberlo. Son algoritmos los que deciden qué amigos tenemos, qué noticias leemos, qué películas vemos, qué música escuchamos o qué libros leemos”, sostiene la experta, que señala a ChatGPT como una de las claves de la democratización de la IA. Pero también, cada vez más, “son algoritmos los que van a decidir qué diagnóstico médico se nos da, qué tratamiento se nos aplica o qué sentencia se nos dictamina”.
Por todo ello, la IA ha pasado de ser una cuestión tecnológica a “convertirse en una cuestión política”. Con ese crecimiento exponencial surge una necesidad de regulación. Por ese motivo, en 2018 se empezó a trabajar en una estrategia europea que culminó con la aprobación este 2023 de la Ley de IA, el primer marco regulador de la Unión Europea para la inteligencia artificial. Además, en 2022 se aprobaron dos normativas igualmente importantes: la de los mercados digitales y la de los servicios digitales.
Una IA centrada en las personas
A esta base tecnológica enmarcada en una regulación nacional e internacional, Oliver añade varias dimensiones sin las que no contempla un acercamiento real a la IA: la ética, la social y la económica. Según el AI Trends de Forbes, en 2025, 97 millones de personas trabajarán en el sector de la IA y el Foro Económico Mundial apunta que los puestos de trabajo se verán impactados por la IA en un 23 %.
Más allá del desplazamiento de puestos de trabajo de esta Cuarta Revolución Industrial y la generación inmensa de riqueza que puede suponer a nivel productivo, la ingeniera en telecomunicaciones hace especial hincapié en esa IA centrada en las personas. Esta revolución, que vivimos especialmente desde 2016, ha supuesto ya logros “que hace unos años parecían de ciencia ficción”, como inferir la estructura en 3D de las proteínas. Los usos de la IA son prácticamente infinitos: desde la predicción de crímenes a través del big data hasta la educación personalizada, el diagnóstico precoz de enfermedades o la conducción autónoma. Es esta vertiente social, que tiene como objetivo el bien común y llegar a toda la humanidad, en la que Oliver ha volcado su carrera.
La Fundación ELLIS Alicante, cofundada por Oliver, cree “en el poder de la IA como motor de progreso y factor clave para el bienestar”. Sin embargo, subrayan en su página web, este “potencial no está garantizado y por eso la investigación de nuestra fundación es tan importante”.
Durante la última década, tanto en el ámbito privado como a través de ELLIS, Oliver ha centrado sus esfuerzos en la utilización de la IA para mitigar el impacto de desastres naturales, fomentar la inclusión financiera, tener ciudades y transporte inteligentes, ayudar a combatir las pandemias o poder contar con sistemas energéticos más sostenibles. Recientemente, la española publicó un artículo en la revista Science sobre la utilización de datos de teléfonos móviles para tomar decisiones en materia de salud pública durante la pandemia de COVID, y ha impulsado iniciativas como Naixus, una red global de centros de excelencia de IA centrados en el desarrollo sostenible.
Aunque regularmente se planteen debates éticos sobre sus implicaciones, el trabajo de Nuria Oliver demuestra que la IA tiene una aplicación social y responsable real que puede ayudarnos a construir un camino que mejore la vida de las personas y a superar retos de futuro tan mayúsculos como el agotamiento de recursos, la salud pública o la crisis climática.