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Estudiar las estrellas desde Canarias para entender el mundo
09.07.24
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Doctora en Astronomía y Astrofísica por la KU Leuven e investigadora posdoctoral en el Instituto de Astrofísica de Canarias
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Ana Escorza y Michael Abdul-Masih analizan estrellas en el Instituto de Astrofísica de Canarias. Se conocieron en Bélgica, se casaron en Chile y ahora, gracias a las becas de posdoctorado Junior Leader de la Fundación ”la Caixa”, trabajan en España para que comprendamos mejor el universo. Con la información de los telescopios de La Palma, estudian la composición de estos astros y el modo en que interactúan.
Al Observatorio del Roque de los Muchachos de La Palma se llega por una carretera de curvas y pendientes pronunciadas. Es lo que tiene subir desde el nivel del mar hasta los 2.400 metros de altitud en apenas una hora. Tener tal altura en una isla, sin grandes obstáculos cerca, ha permitido desarrollar en Canarias una de las instituciones de investigación astronómica más importantes del mundo. Una vez se supera el mar de nubes y se alcanza la cima de la isla de La Palma, una veintena de telescopios salpican un paisaje espectacular. No están todos juntos, para moverse entre unos y otros hay que coger el coche. El observatorio abarca casi 200 hectáreas que Ana Escorza define como una especie de «campin» enorme en el que, en lugar de cabañas o tiendas de campaña, hay telescopios.
Ana es física. Nació en La Rioja y, tras pasar unos años investigando en Bélgica y en Chile, ha vuelto a España para trabajar en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). «Estudio estrellas como el Sol, pero más viejas, y lo que analizo es que estas estrellas generan muchos de los elementos químicos que nos rodean: el hierro de nuestra sangre, el oxígeno que respiramos… Prácticamente todo lo que nos rodea se ha hecho dentro de las estrellas», explica. Además de este estudio desde el punto de vista químico, investiga cómo interactúan las parejas de estrellas que están conectadas entre sí.
Junto a ella se encuentra Michael Abdul-Masih, astrofísico estadounidense que, al igual que su compañera, pasó por centros de Bélgica y Chile hasta instalarse en el IAC. Pero los objetivos de sus investigaciones son diferentes. «Yo también estudio estrellas, pero mucho más pesadas y calientes que las de Ana: al menos ocho veces más pesadas que el Sol», cuenta. Añade que se centra en las estrellas binarias, esas parejas de astros gemelos, que también describe Escorza, que están muy cerca el uno del otro. «Parecen cacahuetes», ilustra Abdul-Masih, y explica su interés en entender mejor «la física que pasa» cuando esas parejas intercambian material. «Hay muchas cosas que ocurren al mismo tiempo y necesitamos entender más la interacción entre las estrellas», añade.
Ana y Michael han seguido carreras paralelas y no por casualidad. Además de su pasión por la astrofísica, comparten su vida personal como pareja. Se conocieron cuando ambos cursaban su doctorado en Bélgica y, a partir de ahí, se fueron juntos a trabajar al Observatorio Europeo Austral, que a pesar de su nombre no está en Europa, sino en Chile. Allí se casaron y, tras una temporada en ese destino, solicitaron ambos las becas que los han traído hasta Canarias. Consideran que han tenido mucha suerte al lograr compatibilizar así sus carreras, puesto que no es lo habitual en las parejas de investigadores.
Las becas gracias a las cuales están trabajando en el IAC son las de postdoctorado Junior Leader, el programa de becas con el que la Fundación "la Caixa" busca apoyar a investigadores excelentes que deseen continuar su carrera investigadora en España y Portugal en áreas STEM. Ana y Michael no son los únicos científicos becados por la Fundación para trabajar en esta institución canaria. Tres compañeros suyos están desarrollando aquí su proyecto de investigación con el programa de doctorado INPhINIT: el brasileño João Pedro Benedetti, que estudia los espectros ultravioletas de las galaxias; el austriaco Desmond Grossmann, que se dedica a modelizar estrellas gigantes rojas en los confines de la Vía Láctea, y el búlgaro Atanas Stefanov, que desarrolla herramientas astrofísicas que puedan usarse con distintas fuentes de datos.
Para Ana, esta beca ha supuesto la posibilidad de «volver a España». Se fue en 2013 y, tras una década investigando en el extranjero, cuenta: «Quería intentar trabajar aquí y fue una oportunidad muy buena». También valora la independencia que les da el programa, algo en lo que incide Michael: «Hemos pasado de ser parte de un equipo a ser el principal investigador. Ahora podemos hacer nuestra propia ciencia sin un jefe diciéndonos qué tenemos que hacer. Podemos elegir qué investigamos».
Una independencia que no significa aislamiento. Para Michael, que ha vivido en varios países, la principal diferencia que ha encontrado entre investigar en España y hacerlo en esos otros lugares es «el trabajo en equipo». «Las colaboraciones son muy fuertes en Europa, y en particular, en España. Es algo difícil de encontrar en otros sitios», reflexiona. Ana está de acuerdo: «En el instituto hay 250 astrónomos. Vas a tomarte un café con un poco de desgana porque no te salió el día bien, te sientas a hablar con alguien y nace la creatividad en la cafetería. Hay tanta gente con tanta especialidad diferente que la ciencia fluye entre las baldosas». Pero no todo es positivo al comparar el funcionamiento de la ciencia en nuestro país con el de otros lugares: «Todavía falta un poquito de cariño al investigador en España. No se mete tanto dinero como en el norte de Europa. Y para que la ciencia española sea de verdad competitiva, necesitamos un empujón económico un poquito más fuerte», plantea la física riojana.
Trabajar «de sol a sol, pero al revés»
Los científicos hacen estas reflexiones desde las tripas del telescopio Mercator, uno entre esa veintena de instalaciones desplegadas en el observatorio de La Palma. En su cúpula, una gran apertura permite asomarse al universo. Y en su planta baja, una sala llena de pantallas sirve para controlar los instrumentos y analizar los datos que obtienen. Al lado hay una sala de estar con cocina y baño para poder pasar ahí noches enteras de investigación. El trabajo diario de Ana y Michael no lo hacen aquí, sino en las oficinas del IAC en Tenerife, la isla vecina. Allí se dedican a analizar los datos que obtiene el Mercator, que para ellos es un viejo conocido. Ya durante su doctorado en Bélgica venían a menudo hasta esta isla canaria para pasar noches vigilando el cielo desde este telescopio, y esperan volver a hacerlo en los próximos meses, cuando necesiten datos concretos que no puedan obtener a distancia.
Ana describe esas estancias de observación como jornadas «de sol a sol, pero al revés»: empiezan a trabajar hacia el atardecer y terminan cuando amanece. Un ritmo tan habitual aquí que la residencia del observatorio, que da alojamiento y comida a los científicos que vienen a realizar sus investigaciones en este rincón tan apartado de las ciudades, tiene un ala destinada a quienes tienen que trabajar de noche y dormir de día, para que nada perturbe su sueño por las mañanas.
Más allá de la belleza del entorno, el lugar tiene unas características idóneas para observar los astros: su altitud ―al estar por encima de las nubes, se evita su interferencia para observar y los problemas de la humedad― y una calidad del cielo que está incluso protegida por ley, entre otros motivos. Es lo que ha permitido desarrollar este Instituto de Astrofísica de Canarias, que además del observatorio de La Palma cuenta con otro en el Teide, en Tenerife. Ana explica que no hay ninguna infraestructura similar en Europa y que está entre las tres principales del mundo. De hecho, a un par de kilómetros del Mercator se encuentra el Gran Telescopio Canarias, el más grande del mundo entre los de tipo óptico. Entrar en él y asomarse a su espejo de más de 10 metros de diámetro impresiona. Las 36 piezas hexagonales que lo conforman recogen la luz que llega de las estrellas y la envían a los instrumentos que procesan los datos.
Si Ana y Michael eligieron estas islas para mudarse a trabajar fue por ese carácter puntero del IAC. También por su tamaño: al ser pareja, les viene bien estar en una institución tan grande para poder investigar, como dice ella, «juntos, pero no revueltos»: en el mismo sitio, pero cada uno en su proyecto y con sus propios colaboradores. ¿Cómo se gestiona esa coincidencia entre la vida personal y profesional? «Es inevitable que, si estás en casa con alguien que sabe de cosas parecidas a las tuyas, le preguntes y os ayudéis. Entonces, sí que hemos trabajado juntos en algunas cosas. Pero también es cierto que a Michael le gustaría estar hablando de ciencia 24 horas y yo a veces necesito desconectar y le tengo que decir: “Ahora no”», admite Ana. «Mi cerebro está siempre corriendo. De vez en cuando ella necesita un descanso, pensar en otras cosas, y creo que es bueno para mi salud», reconoce Michael.
Al hablar con ellos se les nota la pasión por su trabajo. Dan valor a la importancia que tiene la investigación por sí misma, más allá de sus posibles utilidades prácticas. «Una parte muy importante de la ciencia se dedica simplemente a entender mejor el mundo y el universo, quizá sin buscar directamente la aplicación del día a día», reflexiona Ana. Pero también defiende el impacto de ese conocimiento en nuestra vida cotidiana: «La astrofísica ha ayudado mucho al desarrollo tecnológico. La cámara que tienes en tu móvil es mucho mejor que la de un móvil de hace 15 años. En un lápiz de memoria en el que antes no metías casi nada ahora metes terabytes. Ese desarrollo que nos cabe en los bolsillos lo impulsan ciencias como la astrofísica porque necesitamos poner tecnología mucho más pequeña en misiones para lanzarla al espacio o para hacer telescopios compactos como este».
Michael aporta otros ejemplos, como el GPS de nuestros coches y teléfonos, que no sería tan específico sin el conocimiento que aporta la física, e incluso la energía: «Las estrellas son reactores nucleares. Si entendemos mejor qué pasa dentro de ellas, podemos utilizar eso para hacer energías nuevas aquí».
Desde lo más alto de La Palma, a miles de kilómetros de su lugar de nacimiento, este científico estadounidense resume así la profundidad de las investigaciones con las que su pareja y él utilizan estos telescopios para generar conocimiento: «Estamos estudiando la física más extrema del universo».