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Cuando Laura y María José arrancaron el proyecto Imagina, una asociación destinada a fomentar el desarrollo inclusivo en el interior de la provincia de Málaga, Mari Pepa, madre de María José, se volcó para colaborar recibiendo a los voluntarios. Tras la pandemia y con 61 años, Mari Pepa fue despedida, pero encontró en el voluntariado una forma de sentirse útil. Ahora enseña a trabajar la tierra a personas con diversidad funcional en el proyecto Mi Cachito de Huerto, respaldado por el programa de Convocatorias Sociales de la Fundación ”la Caixa”.
Laura y María José, socias fundadoras de Imagina, estudiaron carreras distintas: Laura optó por Empresariales, y María José, por Derecho y Ciencias Políticas, pero se conocieron gracias al programa Erasmus. «Aunque las dos somos de Málaga, nunca habíamos coincidido. ¿Quién sabe dónde estaríamos ahora si no hubiéramos participado en intercambios juveniles?», se pregunta Laura. Después de participar en varios proyectos en distintos países, ambas se conocieron apoyando a dos grupos de jóvenes que participarían en los siguientes meses en proyectos en Lituania y Polonia. En esos encuentros como líderes de jóvenes, además de intercambiar información práctica, descubrieron que tenían ideas muy parecidas acerca de cómo veían el mundo y su tierra. De esa chispa surgió Imagina.
Al principio era solo un grupo informal de jóvenes que fomentaba el intercambio con otros lugares de Europa. «Eso nos permitía animar a nuestros compañeros a salir de casa y descubrir nuevas culturas, y al mismo tiempo, presentar nuestra tierra a jóvenes de toda Europa». En 2017 se constituyeron como asociación y pusieron en marcha el primer programa, Pueblos de Colores, para el que contaron con el apoyo del programa de Convocatorias Sociales de la Fundación ”la Caixa”. Laura y María José habían detectado que, en los pueblos y barriadas del valle del Guadalhorce, las personas con discapacidad no tenían todas las necesidades cubiertas. Así que desarrollaron un programa de acompañamiento basado en la creatividad, el empoderamiento personal y rural, y el crecimiento en grupo. Con el apoyo de los voluntarios europeos de entre 18 y 30 años a los que acogen durante 10 meses gracias a programas europeos, trabajan con estas personas en pueblos de la provincia.
«A lo largo de estos cinco años hemos seguido esta misma lógica. Estamos en contacto con el territorio, crecemos cooperando con Europa y, según las necesidades que detectamos, proponemos iniciativas que puedan responder a nuestros retos», explica María José. Así han surgido distintos proyectos. En 2019 pusieron en marcha el Gallinero Social, un programa en el que personas con discapacidad cuidaban de un gallinero. Más adelante iniciaron la Casa de los Soles, programa destinado a dotar a las personas con discapacidad de una vida independiente en el albergue de Cerralba. Y después iniciaron el proyecto Mi Cachito de Huerto. En este último, 30 personas de entre 16 y 60 años cultivan un huerto y cocinan comida saludable, como ensaladas o gazpacho, y llevan una vida más activa y sana trabajando en grupo durante los talleres.
A través de estos proyectos, Imagina ha ido creciendo. «Hay que hacer muchos números para que todo cuadre», admite Laura, pero se siente orgullosa del trabajo realizado. «Nos permite ayudar a la gente con capacidades diferentes, pero también a evitar la despoblación de la zona». Todas las trabajadoras de Imagina son importantes, pero hay una muy especial. Como madre de María José, Mari Pepa estuvo implicada en el proyecto desde el principio. «En cuanto empezaron a llegar los primeros voluntarios de Europa, ella se ofrecía para prepararles una paella. Y su trabajo nunca terminaba ahí. Les echaba una mano con el piso o traía vasos para una fiesta...».
Después de la pandemia, Mari Pepa fue despedida y, con 61 años, se vio con pocas perspectivas de volver a encontrar trabajo. El voluntariado le permitió sentirse útil y aportar cosas a los demás, y finalmente le ha dado la oportunidad de reincorporarse al mundo laboral después de formarse para enseñar y trabajar con personas con diversidad funcional. Hoy Imagina le puede pagar una nómina y el círculo se cierra. Además, Mari Pepa tiene la sensación de que la vida le ha permitido volver a los orígenes. «Crecí en este valle y vivo en el pueblo de Cártama. Mi padre, Joaquín, tenía un pequeño campo donde me enseñó a cultivar. Teníamos en el huerto tomates, pimientos y cebollas. Durante muchos años, yo trabajaba y en las tardes cuidaba de mi padre, ya mayor. Pero le decía a mi hija: “Cuando ya no tenga que cuidar a nadie me gustaría ayudar a la gente”. Ahora ayudo y enseño a cultivar la tierra. ¿Quién me iba a decir que tantos años después volvería a mis raíces, enseñando a trabajar la tierra, igual que mi padre me había enseñado a mí?».
La historia de Mari Pepa forma parte del proyecto documental Vidas contadas, 14 historias de superación donde se da voz a personas en riesgo de exclusión que comparten sus aprendizajes con el fin de sensibilizar a la ciudadanía.