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De una soledad que ahoga a una con la que vivir bien

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Blanca, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”, con una de las técnicas del programa.
Blanca, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”, con una de las técnicas del programa.© Martí Pujol Bonastre. Fundación ”la Caixa”

De una soledad que ahoga a una con la que vivir bien

Barcelona

30.09.25

12 minutos de lectura
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María Teresa, Javier, Blanca y José son cuatro personas de entre 70 y 80 años que han sufrido por sentirse solas. Su participación en el programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa” les ha ayudado a encontrar el bienestar en su situación. Sus historias pueden escucharse en una cabina telefónica instalada en Granada (o mediante la experiencia en línea). Se trata de una acción destinada a visibilizar el fenómeno de la soledad con motivo del Día Internacional de las Personas Mayores.

«La soledad aprieta, aprieta, cada vez aprieta más. Entonces dices: “Dios mío, o me muero o salgo de esta”. Porque no tienes ganas de nada. Ni de hablar ni de coger el teléfono, ni de salir… Estás tan ofuscada en que estás sola…: “¡Ay, qué sola estoy! ¿Y qué voy a hacer tan sola?”. Y no piensas en nada. La soledad es algo horroroso».

Así se sentía hace un tiempo María Teresa Mazón Sans. Fue maestra, tuvo una agencia de viajes con su marido y cuidó de él y de sus tres hijos. Ahora tiene 80 años. Para ella, la soledad implica que «por dentro estás vacía y alrededor estás desamparada».

Declaraciones de María Teresa, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”.© Fundación "la Caixa"

Como muchos otros progenitores, María Teresa se enfrentó al «nido vacío» cuando sus hijos se fueron de casa, aunque pronto se adaptó y disfrutó de la convivencia con su marido sin nadie más: «Vuelves a revivir como si nos conociéramos. Duró poco, pero lo que duró lo aprovechamos».

Duró hasta que, hace ocho años, él falleció de manera inesperada. «Cuando se te muere una persona a la que quieres mucho es como una ola que te ahoga. Yo buscaba algo para cogerme, para no ahogarme, y no podía. Cada día la ola, cada día la ola», recuerda María Teresa. Pero un trago tan duro también se puede superar: «Llegó un momento en que esa ola ya no venía tan a menudo. Me dejaba por lo menos respirar un poco. Y después ya se fue. Lo pasé muy mal, pero el duelo hay que pasarlo».

María Teresa: «Cuando se te muere una persona a la que quieres mucho es como una ola que te ahoga. El piso se me caía encima. Fue la primera vez en mi vida que me encontré sola».

Para ella, la vivienda tuvo un papel importante en su sentimiento de soledad y en su manera de afrontarlo. «Tenía una casa enorme y llegó un momento en que me hundía, el piso se me caía encima. Fue la primera vez en mi vida que me encontré sola», relata. «Empecé a decir “estoy sola”. Cada vez hablaba menos, no hablaba ni conmigo», rememora. Describe una soledad que «te va envolviendo: estás en un agujero y te va hundiendo, estás dentro y te da la sensación de que cada vez estás más abajo».

Hasta que, en un momento dado, sus hijos le propusieron que se mudase. Hacerlo le hizo ilusión, pero tampoco fue fácil. Cuando llegó al piso nuevo vio que «allí no había nada». «El primer día que me fui a dormir dije: “Ya estás con cuatro paredes aquí, ¿y qué?, ¿qué hay más? Tengo que buscar algo. ¡Me tengo que demostrar que puedo vivir aquí!”», relata María Teresa.

Teresa Mazón Sans, participante del programa Siempre Acompañados, con una de las técnicas del programa.
María Teresa y la técnica del programa Siempre Acompañados que dio seguimiento a su caso.© Martí Pujol Bonastre. Fundación ”la Caixa”
Teresa Mazón Sans, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”.
María Teresa, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”.© Martí Pujol Bonastre. Fundación ”la Caixa”
Teresa Mazón Sans, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”, hablando por teléfono.
María Teresa hablando por teléfono.© Martí Pujol Bonastre. Fundación "la Caixa"

Logró demostrárselo a sí misma con dos plantas: una que compró y otra vieja. A la nueva le dijo: «Si tú creces en este piso, yo también creceré». Y a la «más vieja», que identificaba con ella misma: «Si tú empiezas a brotar, que estás un poco gandula, viviremos las dos aquí. Si no, aquí no vivirá nadie». Regó las plantas con ilusión y cumplieron lo que les pidió: «La planta sacó unas florecitas y vivió. La otra también se espabiló. Y dije: “Si aquí todo el mundo vive, yo también viviré”. Entonces viví». Para María Teresa, la clave está en la ilusión: «Solo tienes que tener una ilusión. Esto te hace vivir. Hoy me haré huevos con atún, hoy tengo ganas de comprarme unos zapatos… Tener ilusión por cosas simples».

Para aprender a lidiar con su soledad, María Teresa ha contado con la ayuda del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”. Esta iniciativa trata de empoderar a las personas mayores en situación de soledad y acompañarlas en su búsqueda de una vida plena fomentando relaciones de bienestar y apoyo. El objetivo no es que las personas dejen de estar solas, sino que se encuentren bien aunque lo estén. En 2025 ya ha atendido a más de 3.300 personas mayores en España y Portugal.

María Teresa acudió a este servicio derivada por su psicólogo. La técnica de Siempre Acompañados, a través del contacto habitual con ella, la ha ido guiando para que lograse sus objetivos: «¿Ves aquella libreta de allí? Ahí está todo lo que Ana me escribía que tenía que hacer. Me ayudó mucho. Me decía: “Bueno, María Teresa, ¿qué has hecho hoy en el piso nuevo?” Pues tendría que comprar unos cuadros. Apuntaba en la libreta: “Esta semana compraremos los cuadros”». El programa la ha ayudado a mejorar su bienestar: «Me enseñaron a vivir como yo quiero».

La importancia de un «buenos días»

Otra persona que participa en este programa de la Fundación ”la Caixa” es Javier Guiu Farrè. Tiene 70 años, cuarenta de los cuales los ha dedicado a trabajar como empleado en el sector financiero. Aparte de su carrera laboral, le gusta investigar y digitalizar documentos antiguos, de los siglos XVIII y XIX: «Mi afición es hacer árboles genealógicos, sobre todo de la familia. Miro los documentos en diferentes obispados o lo que sea para encontrar la generación más antigua posible. He llegado hasta 1640». «No soy una persona de estar quieta. Soy una persona que necesita estar en actividad», se define.

Declaraciones de Javier, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”.© Fundación "la Caixa"

Su vida cambió en 2022, cuando quedó viudo: «Mi mujer, mi suegra y yo cogimos el covid. Mi suegra tenía entonces 97 años. Ella y yo lo superamos, no sé por qué, y mi mujer en 10 días de hospitalización se murió». Fue entonces cuando empezó su sentimiento de soledad. «Cuando entras aquí en casa, ni dices buenas tardes porque las paredes no te contestan. Si dejas un papel encima de la mesa, lo encuentras encima de la mesa. No esperaba estar en esta situación», lamenta.

Javier Guiu Farrè, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”.
Javier, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”.© Martí Pujol Bonastre. Fundación ”la Caixa”

Para Javier, «lo más duro es que no puedes compartir con nadie lo que realmente haces en el día a día». «Se te hace muy largo. El invierno, las tardes… Ves mucha televisión, acabas con dolor de cabeza y entonces lo único que haces es pensar. Pensar y pensar: “¿Por qué me ha ocurrido a mí? ¿Por qué otros lo superaron y mi mujer no?”».

Una de las cosas que le ayudan a sentirse menos solo es un grupo de WhatsApp: «Somos un grupo de amigos que nos decimos buenos días y buenas noches. No es el hecho de decir buenos días o buenas noches, sino el de que alguien está pensando en mí y yo pienso en ellos. Esto sirve para que, si alguien no contesta a las 24 horas, miremos si le ha pasado algo». También tiene «amistades más íntimas» que van un paso más allá: «Esas vienen, me sacan de casa, vamos a tomar un café o un refresco...».

Javier: «En las sesiones de grupo de Siempre Acompañados he aprendido a vivir dignamente con la soledad».

Recuerda que salió del bache, por un lado, gracias a la ayuda de esos amigos íntimos, y por el otro, acudiendo al programa Siempre Acompañados. Ahí le han ayudado las sesiones de grupo: «Con lo que decían otras personas decías: “Caray, lo que a esta persona le ha servido a mí también me puede servir. Hay gente que pasa lo mismo que yo”». Javier cuenta que en el grupo ha aprendido a «vivir dignamente con la soledad».

También reflexiona sobre que a menudo «nos cuesta reconocer que estamos en soledad» y «pedir ayuda». «A veces necesitas a alguien que te diga: “Oye, ve a un profesional para que te ayude a salir del bache”». Así que Javier anima a otras personas que estén en situaciones de soledad a «que pidan ayuda lo antes posible». «Que no esperen que pase demasiado tiempo, como me ha pasado a mí. No superas solo las cosas», advierte.

No poder compartir con nadie lo que te pasa

Blanca Polanco Borràs tiene 71 años. Trabajó durante una década en un colegio de abogados, lo que recuerda como «una experiencia muy bonita». «Conocí desde gente que no tenía nada a gente que tenía mucho», destaca. Hasta que lo dejó cuando fue madre.

Blanca, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”.
Blanca en el jardín de su casa.© Martí Pujol Bonastre. Fundación ”la Caixa”

Luego se dedicó a cuidar a sus niños. Su sentimiento de soledad llegó después de separarse del padre de ellos y de que sus hijos crecieran y construyeran sus propias vidas. «Entonces me encontré muy sola. A mí me ha gustado siempre tener a una persona a mi lado que me ayudara, que yo la ayudara a ella. Y me encontré sola, con el nido vacío», relata. «Mis hijos son muy buenos y yo sé que si me pasa algo, hago así y ellos vienen. Pero tengo que hacer eso y a mí lo que me gustaría es que fueran ellos quienes me dijeran “Mamá, ¿cómo estás?”. Cuando me llaman, normalmente, o pasa algo o necesitan algo. Y eso me duele», lamenta Blanca.

Durante una época no quería ni salir de casa: «¿Para qué tenía que salir? ¿Qué tenía que hacer? Ya lo había hecho todo». Ahora, al contrario: «Quiero hacer más y más y más».

Blanca: «Durante una época no quería ni salir de casa. ¿Para qué tenía que salir? ¿Qué tenía que hacer? Ya lo había hecho todo».

Otro momento que provocó en Blanca el sentimiento de soledad fue el fallecimiento de su madre, que ocupaba un papel muy importante en su vida. «Era mi pilar. Solo con verme sabía lo que pensaba, lo que necesitaba… Cuando tenía problemas iba a ella», relata. Murió de manera inesperada. «Perder a mi madre, que era mi puntal, me hizo sentir sola, muy sola», recuerda.

Para Blanca, la soledad es «tener un vacío dentro». «Cosas que te pasan y sensaciones que tienes no las puedes compartir con nadie, te las has de quedar», describe, «y al final se te hace un tapón que por algún sitio ha de salir».

Ha logrado superar ese tapón con ayuda de Siempre Acompañados y está muy agradecida a Maica, la técnica del programa que la ayuda. «Suerte tuve de Maica. Yo no quería ir y ella: “Ven, ven, que verás”. Fui y para mí fue el último peldaño que había de subir para estar bien. Me ha ayudado muchísimo y me entiende», valora Blanca.

De la depresión a las ganas de vivir mejor

José Perucho Miralles ha tenido una vida solitaria. «Soy soltero y siempre he estado solo», valora a sus 77 años. Nació en un pueblo de Lleida, Agramunt, y a los 17 o 18 años se mudó a Barcelona con su tío. Allí pasó por diferentes oficios: repartidor, cobrador, vendedor, almacenista… Hasta que se hizo taxista y se dedicó a eso durante más de 15 años.

«El oficio de taxista es muy peculiar», cuenta José sobre la interacción social en su trabajo. «Lo mismo te encuentras a un cliente que quiere hablar mucho y tienes que complacerlo, que hay otros que no te dicen absolutamente nada más que la dirección hasta que llegan al destino», explica. Fuera del trabajo se ha encontrado bastante solo: «Tenía amigos, claro, pero eran amigos de bar, con los que solo hablas de cosas triviales, que no tienen nada que ver con la amistad ni con el compañerismo».

Josep Perucho Miralles, participante del programa Siempre Acompañados con una técnica del programa.
José y la técnica del programa Siempre Acompañados que dio seguimiento a su caso.© Martí Pujol Bonastre. Fundación ”la Caixa”
Josep Perucho Miralles, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”, hablando por teléfono.
José hablando por teléfono.© Martí Pujol Bonastre. Fundación ”la Caixa”
Josep Perucho Miralles, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”.
José, participante del programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”.© Martí Pujol Bonastre. Fundación ”la Caixa”

Tras dejar el taxi por recomendación médica, debido a los problemas de estrés que le causaba, cercano ya a los 50 años regresó a Agramunt para cuidar a sus padres. Los estuvo ayudando durante unos años. Cuando murieron, primero su padre y después su madre, su situación de soledad se agravó: «Al quedarme solo se me cayó el mundo encima. He tenido incluso depresión por ese motivo».

«Para mí la soledad es una tristeza muy grande. No se la deseo a nadie», reflexiona José. «Te encuentras en la casa, tienes las actividades normales de una persona sola, pero echas de menos algo, la compañía de alguien, sea de quien sea. Y como no surge, tienes que ir aguantando y eso mina un poquito a la persona», comparte.

Ahora, sin embargo, su situación ha mejorado porque ha hecho algunos amigos. Con uno, durante un tiempo, se pasaba las semanas yendo cada día al mercado de un pueblo de alrededor: «Los lunes a Tàrrega, los miércoles a Mollerussa, los sábados a Balaguer… Íbamos a un mercado y nos distraíamos los dos». Luego ese amigo enfermó y está en una residencia. Con otro queda de vez en cuando: «El miércoles lo llamé y fuimos a tomar un aperitivo a la chocolatería del pueblo. Él habló más de las cosas que le gustan y yo un poquito de las mías porque algunas veces no me deja entrar. Pero lo más importante es que nos hacemos compañía el uno al otro».

José: «Me apunté a Siempre Acompañados y desde entonces me cambió la vida bastante: de estar solo, entre aburrido, triste y deprimido, sin ganas de nada, a estar alegre, contento y tener ganas de vivir mejor».

Participar en Siempre Acompañados ha sido importante para la mejora de su bienestar. Llamó tras ver un anuncio en el centro cívico al que acudía. «Me apunté y desde entonces me cambió la vida bastante», valora José. Para él ha sido una experiencia «fabulosa» que le ha llevado a «hablar con muchísimas personas». Cree que el programa es lo que su nombre indica: «Es eso, estar siempre acompañados, esa es la palabra». Le ha supuesto pasar «de estar solo, entre aburrido, triste y un poco deprimido, sin ganas de nada, a estar alegre, contento y tener algo de ganas de vivir mejor».

La soledad es una realidad que afecta a tres millones de personas mayores en España, pero que, como atestiguan estas cuatro historias, con el acompañamiento adecuado se puede mitigar.

Última actualización: 30 septiembre 2025 | 13:02