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Los colores de la soledad en las personas mayores
01.10.24
5 minutos de lecturaGloria, Rosa, Joaquina, Mirentxu y Mertxe tienen entre 75 y 90 años y son vecinas de Pamplona. Todas ellas tienen algo en común: por una circunstancia u otra, se sentían solas. Gracias al proyecto Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”, en colaboración con la Fundación Caja Navarra y el Ayuntamiento de Pamplona, y mediante la gestión de la Fundación Pauma, encontraron en la gimnasia y otros eventos sociales una forma de conocer a gente y empezar a ver la soledad de otro color.
Las protagonistas de esta historia coinciden en señalar que el proyecto Siempre Acompañados del Programa de Personas Mayores, que acompaña a personas mayores que se sienten solas a causa de la edad o por situaciones personales difíciles, supuso un antes y un después en sus vidas. A Gloria Fortún Abete, que cuida de su marido, le llamaron la atención las clases de gimnasia que ofrecían, adecuadas a sus 75 años. «No quería tumbarme en el suelo ni hacer circuitos y, cuando alguien me explicó que hacían gimnasia en sillas, fui a informarme y descubrí todo el programa. Fue un verdadero hallazgo. En poco tiempo no solo me había apuntado a la gimnasia, sino también a los cursos de los lunes y a las clases de bailes». Gloria destaca el cuidado y la calidez de todos los espacios, pero sobre todo el haber conocido a sus compañeras.
Según cuenta Mirentxu Araiz Zugasti, coordinadora de Pauma, este programa iniciado en 2020 ha permitido atender a más de 100 personas de los barrios pamploneses de San Juan, Iturrama y Txantrea. Aunque la oficina principal está en el centro Convive Oskia, cada barrio cuenta con sus propios espacios, lo que garantiza una atención personalizada dentro de su comunidad de referencia. También se buscan lugares exteriores, como el parque Yamaguchi o el albergue de Astiz, gestionado por la Fundación Pauma, para diversificar las actividades. «Gracias al programa», dice Mirentxu, «muchas personas mayores han dejado de lado los estereotipos sobre la edad y han encontrado nuevos horizontes en sus vidas, así como relaciones significativas».
Ese es el caso de Rosa Torres Lana, quien a sus 79 años se emociona cuando habla de su marido, fallecido recientemente. «Cuando vuelves a casa y echas la llave, notas que no hay nadie. Mi marido siempre estaba en el ordenador y, al llegar, le decía: “Javier, ya estoy aquí”. Ahora no puedo hablar con nadie y eso es durillo». Conteniendo las lágrimas, Rosa cuenta que Siempre Acompañados ha supuesto un antes y un después en su proceso de duelo y ahora encara la vida con mayor ilusión.
Es algo en lo que coincide también Joaquina Iturralde Irigoyen, que con más de 90 años se vio muy sola a raíz de la pandemia y entonces descubrió este programa con la ayuda de su hija. «Cuando estás sola tiendes a pensar en cosas tristes y, en cambio, en compañía de otras personas te sientes rejuvenecer». Gloria coincide en ese sentimiento de ilusión renovada. Es consciente de la necesidad de prevenir la soledad porque en cualquier momento la vida puede cambiar y puedes verte sola. Gracias a Siempre Acompañados ha entrado en contacto con otras personas y ha abierto su mundo a nuevas experiencias. «Establecer vínculos con otros, como hacemos en este programa, nos permite ganar en autoestima y vemos el mundo a nuestro alrededor de manera más optimista». Tanto es así que, aunque todas son conscientes de que su lucha contra la soledad empezó con una decisión interna, una voluntad de estar bien consigo mismas, ahora estos encuentros se han vuelto esenciales en sus vidas diarias. Mertxe Garralda Labiano, de 84 años, resalta la importancia de establecer relaciones significativas. «Cuando no hay actividades programadas, quedamos con las otras compañeras. Hemos hecho piña y nos gusta contarnos nuestras vidas».
Otro aspecto fundamental de Siempre Acompañados es que no se concibe la soledad como un sentimiento negativo por sí mismo, sino que, dependiendo de la situación de cada persona, se vive de una manera u otra. La prueba se encuentra en la respuesta que dan las usuarias cuando se les pregunta de qué color es su soledad. Todas coinciden en señalar que, en los momentos más difíciles y delicados, asociaban la soledad a colores tristes, como el gris ceniza de las tardes que se alargaban. Ahora que han construido relaciones significativas en su entorno, todas la ven en tonos mucho más optimistas. Para Mertxe, por ejemplo, es de color azul, su favorito, y para Rosa, «verde esperanza».
La historia de Gloria, Rosa, Joaquina, Mirentxu y Mertxe forma parte del proyecto documental Vidas contadas, 14 historias de superación donde se da voz a personas en riesgo de exclusión que comparten sus aprendizajes con el fin de sensibilizar a la ciudadanía.