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«Queremos tener una vida normal, por eso nos gustaría quedarnos en España»
28.01.25
10 minutos de lecturaIrina Shumska y sus hijos llegaron en 2022 a la casa de Elena, Jesús e Iker en El Molar. Huyeron de Odesa (Ucrania), tras meses de bombardeos. Hoy, gracias al programa Tiende una mano. Acoge, estas personas acogidas y acogedoras han formado una familia más grande que se ha acostumbrado a compartir y disfrutar. «Nos gustaría quedarnos a vivir aquí y, cuando acabe todo, viajar un mes a nuestra ciudad para ver a los amigos y la familia».
En el municipio madrileño de El Molar -de poco más de 8.000 habitantes-, los hermanos Illia y Alosha Shumskii dan toques al balón sobre el césped del campo del C. D. Molareño. Para estos adolescentes, jugar al fútbol ha sido la principal herramienta de integración al llegar a España. Les ha servido, además, para despejar la mente y meter en un cajón, aunque sea durante un rato, el sonido de las sirenas antiaéreas y los malos recuerdos. Hace ahora dos años, su madre, Irina Shumska, cogió a los dos chavales y al gato, Persik, y casi con lo puesto salieron de Odesa. Tras una odisea de semanas llegaron a España y, gracias a la Asociación Valdeperales y al programa Tiende una mano. Acoge, de la Fundación ”la Caixa”, conocieron a Elena Pavón, Jesús Díaz y su hijo Iker (11 años), su familia acogedora.
Los seis, más el perro Martín y el gato Nube -Persik falleció hace un año-, han formado una nueva familia. Es uno de los muchos casos de acogimiento que se han materializado desde la invasión rusa en febrero de 2022. En este tiempo, España ha otorgado protección a casi 200.000 ciudadanos de Ucrania: más del 60 % son mujeres, y más del 30 %, menores. «Lo que más echo de menos de Odesa es a mis amigos y la playa. En verano íbamos todos los días, desde las diez de la mañana hasta las ocho de la tarde», recuerda Illia, que a finales de julio cumplirá 16 años. Su hermano Alosha, de 14 años, asiente.
Odesa, ciudad portuaria del sur de Ucrania con casi un millón de habitantes antes de la invasión, es famosa por su costa, su arquitectura mediterránea y su multiculturalidad. «Me encantaría que la guerra acabase pronto y poder ir todos juntos a Odesa, acompañarlos y conocer todas esas cosas que nos han contado», explica Jesús Díaz, técnico de sistemas en una empresa tecnológica de Madrid y convertido en «padre» acogedor.
Carla López, trabajadora social de la Asociación Valdeperales, entidad social colaboradora con el programa CaixaProinfancia que lleva más de tres décadas trabajando con familias y menores en situación de vulnerabilidad, reconoce que la convivencia y la integración de la familia de Irina han sido todo un éxito «porque la implicación de la familia acogedora ha sido excepcional, se han preocupado desde el minuto uno por su bienestar en El Molar». Pero antes de llegar hasta allí pasaron muchas cosas.
Bombas, refugios y viaje
a España
Irina, divorciada, era entrenadora personal en un hotel y también monitora en una escuela especial para menores invidentes de Odesa. El 24 de febrero de 2022, fecha del inicio de la invasión, la ciudad sufrió los primeros bombardeos rusos por mar y aire. A partir de ese momento, la rutina de Irina y sus dos hijos quedó trastocada. «Durante los primeros cuatro meses, las sirenas empezaban a sonar cuando se acercaban las bombas y teníamos que movernos al pasillo por si caía algo del edificio. Cuando pudimos volver al colegio, cada vez que había bombardeos teníamos que meternos en un búnker», recuerda Illia.
La situación iba a peor. Una madrugada, Irina despertó a sus hijos para decirles que no irían a clase, que el plan era comprar provisiones y acudir a un refugio sin plazo definido. Hasta que una mañana hicieron las maletas. «Cogimos un tren y tardamos doce horas en llegar al norte de Ucrania, a una zona montañosa; dormimos un poco en la estación y al amanecer cogimos un autobús hasta Varsovia, y después, un avión a Madrid».
El encuentro
Tras pasar dos meses en el Centro de Recepción, Atención y Derivación de Refugiados Ucranianos en Pozuelo de Alarcón (Madrid), el programa de emergencia de la Fundación ”la Caixa” organizó el encuentro de las dos familias en el local de la Asociación Valdeperales. «Las buenas vibraciones son importantísimas», comenta la trabajadora social, «pero es esencial trabajar los nervios y las expectativas. En ese primer encuentro nos centramos en que se vean, se conozcan, se hagan preguntas, puedan compartir las normas y hábitos de convivencia, los horarios… Se pasan muchos nervios».
Y hubo química. «Me acuerdo hasta de cómo estábamos sentados. Cuando terminó, cogimos las bolsas, las maletas y el trasportín del gato, lo metimos todo en los dos coches y nos fuimos para casa, que ya estaba preparada para recibirlos», comenta Jesús. Durante los primeros cinco meses, su herramienta de comunicación fue el smartphone. «Cuando nos sentábamos a comer dejábamos todos el móvil encima con el traductor activado», cuenta el hijo mayor de Irina. Aquella primera comida fue macarrones con chorizo para las dos familias. Hoy, Illia y Alosha hablan muy bien castellano, estudian en el mismo colegio de Iker en Alcobendas, centro que decidió concederles una beca hasta que acaben sus estudios. «Al principio, Nelia, la profesora de apoyo, tenía su despacho junto a la sirena del patio y cada vez que sonaba nos asustábamos. Nos recordaba a Odesa», reconoce Alosha.
Illia, pastelero, y Alosha, informático
Irina ha encontrado trabajo en lo suyo, como entrenadora y monitora en un polideportivo de Ciudalcampo, una urbanización a pocos kilómetros de El Molar. «Antes no lo pensaba, pero ahora sí me gustaría quedarme a vivir en España. Lo principal ahora es buscar un piso cerca de Iker, Elena y Jesús. Queremos seguir compartiendo y hablando», admite Irina, que solo tiene un deseo: «Que pare la guerra y se reconstruya nuestra ciudad y el país».
Los dos adolescentes han asumido de muy buena gana que su futuro inmediato está aquí. Alosha quiere ser informático y desarrollador web. «Bueno, también me gustaría ser futbolista». Illia, por su lado, quiere ser pastelero -«hacer cocina con dulce»- y gestor de empresas, aunque ahora lo que lo estimula también es el fútbol. Son admiradores del centrocampista Mijailo Mudryk, del portero Andriy Lunin -esta temporada en el Real Madrid- y del delantero Artem Dovbyk, todos de la selección ucraniana.
«Para ellos, el fútbol ha sido una de las mejores vías de escape», aclara Jesús. «El campo del Molareño se ha convertido en un sitio donde pueden ser chavales sin tener que estar pensando en otras cosas, en si hablan español o no…; solo en un balón y en los compañeros».
El impacto de la guerra los llevó a la acogida
Elena y Jesús no olvidarán nunca aquellas primeras imágenes de Ucrania tras la invasión rusa. Los marcó ver a familias dejando sus casas y a un grupo de niños de un orfanato subiendo a un avión militar español para salir de aquel infierno. «Al comienzo de la guerra, lo único que sabía de Ucrania era que no pertenecía a la Unión Europea, su lugar en el mapa, cómo era la bandera y cuál era la capital. Nada más. Pero al ver las imágenes pensé que teníamos sitio de sobra en casa y que podíamos echar una mano», relata Jesús Díaz, que vive con su familia a las afueras de El Molar, en una zona de casas individuales de piedra y ladrillo con terreno y jardín.
Fue entonces cuando el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, y la Fundación ”la Caixa” pusieron en marcha una web para canalizar todas las gestiones de acogida. En la Asociación Valdeperales se iniciaron los trámites con la familia de Jesús: primero una entrevista online, luego conversaciones para saber si querían seguir adelante y al final una visita más personal. «Nos dijeron que éramos aptos y quedamos a la espera. Cuando nos explicaron que era una mamá con dos adolescentes pensamos que era una edad complicada». Pero todo ha resultado mejor de lo que pensaban.
Valdeperales es una de las entidades colaboradoras del programa Tiende una mano. Acoge, puesto en marcha por la Fundación ”la Caixa” para favorecer la inclusión en España de personas refugiadas. Actualmente, este programa se desarrolla en Barcelona y Madrid, y propone que estas familias huidas de conflictos en sus países puedan convivir con familias españolas durante seis meses como paso previo a su integración plena en la sociedad. La Asociación Valdeperales ha llevado a buen término la acogida de 60 familias ucranianas y ahora ha comenzado esta labor con personas refugiadas que proceden de otros países.
«Hacerlo todo más fácil»
«Nuestra intención era que esta acogida no fuese solo darles una habitación para dormir. Desde el primer día intentamos hacerlo todo de forma conjunta. Hemos pasado de ser tres a seis, y lo hacemos todo juntos. Estar aquí y estar solos no tiene sentido. Así que decidimos comer juntos, ir juntos a un cumpleaños, de excursión…». Jesús es consciente de que Irina, Illia y Alosha no tenían por qué estar siempre contentos. «Podían estar enfadados con la vida. No vienen de turistas y podría ser entendible su incomodidad. De repente vi que se relajaban, que ocupaban el sofá. Vieron que queríamos apoyarlos y que estábamos para hacerlo todo más fácil».
El que más raro se sintió al principio fue Iker. «No quería que nadie viniese a casa y menos si eran bebés; hacen mucho escándalo. Cuando me dijeron que eran un poco mayores que yo, dije “vale”. Ahora nos llevamos muy bien, con los piques normales, como pasaría con cualquier hermano. Además, he aprendido lo que es tener hermanos porque yo soy hijo único».
De la fase de adaptación
a los planes de futuro
La fase de adaptación, como reconoce Carla López, de la Asociación Valdeperales, es la más complicada. «Suele durar un par de meses y es cuando las familias se conocen, ven las rutinas de ambas, en qué cosas coinciden más y en cuáles menos. Las familias acogedoras suelen tener muchas ansias de ayudar, lo quieren todo y ya, y muchas veces tenemos que servir de freno. Lo importante es que las personas que han salido de una guerra se sientan bien y tranquilas. No hace falta mucho más», comenta.
Este verano cogerán todos un avión para pasar unos días en Tenerife. Illia y Alosha volverán a ver el mar, a jugar con Iker al balón en la arena. «Me gustaría quedarme a vivir en España y volver un mes al año a Odesa para ver a mi tío, a mi abuela y a mis amigos», asegura Illia mientras echa un vistazo a TikTok, donde monta vídeos de risa con sus tres mejores amigos, dos chicos españoles y uno peruano.
Dos años después de aterrizar en El Molar, el miedo se ha tornado en calma, en tranquilidad. Los dos hermanos ucranianos siguen sorprendidos de las fiestas en los pueblos, de viajar en metro, de los amigos, de las comidas. La tortilla de patatas y la paella les encantan. «No ha sido fácil, pero tenemos que vivir, tener una vida normal y salir adelante», confiesa Irina mientras mira sonriente y orgullosa a sus hijos. Su próxima misión: encontrar un piso cerca de la casa de Elena, Jesús e Iker. «Queremos estar cerca para poder seguir hablando y compartiendo. Es difícil, pero queremos estar a su lado».