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01.12.25
7 minutos de lecturaCada 15 días, Adrián y Daniel, dos jóvenes con discapacidad intelectual, acuden como voluntarios a una residencia de Ávila para pasar la tarde con Luisa y Luciano, dos personas mayores, solteras y sin familia cercana. Lo hacen gracias al acompañamiento de Respirávila y a su programa «Yo también hago voluntariado», seleccionado en la Convocatoria de Proyectos Sociales Castilla y León 2024 de la Fundación ”la Caixa”. Coincidiendo con el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, su historia nos invita a cambiar la mirada: pasar de ver a las personas con discapacidad como meras receptoras de ayuda a reconocerlas como ciudadanos con pleno derecho y capacidad de asistir a otros.
A Adrián le encanta cómo juegan los futbolistas Jude Bellingham y Kylian Mbappé. «Soy del Real Madrid, pero cuesta mucho dinero ir al campo», confiesa. Tiene 24 años y vive con sus padres. Daniel tiene la misma edad, pero él prefiere el rugby y los paseos por la ciudad amurallada. Se la conoce al dedillo. A Luisa, que pronto cumplirá 70, le va más el dominó y sentarse en una terraza a tomar algo. Y el nonagenario Luciano, que fue taxista y hombre de campo, sigue fiel a los toros y al Real Ávila Club de Fútbol.
Los cuatro se encuentran un miércoles de cada dos en el mismo punto, la residencia de personas mayores de la capital abulense, dependiente de la Junta de Castilla y León. Adrián Casado y Daniel García trabajan como voluntarios y su labor consiste en acompañar a Luisa y Luciano. Y también hacer que pasen un buen rato.


Hasta aquí es una historia que se repite en muchos pueblos y ciudades. Lo que la distingue de otras es que Adrián y Daniel son personas con discapacidad intelectual que han decidido dedicar parte de su tiempo a mejorar el bienestar de Luisa y Luciano. A que la soledad no sea la que mande en su día a día.
«Siempre vemos a las personas con discapacidad intelectual como receptores de ayuda y no como personas que pueden ayudar. Por eso, lo más importante de este proyecto es el cambio de mirada. Ese cambio se da en las familias de los voluntarios, en la comunidad y en ellos mismos. Como voluntarios mejoran su autoestima, hacen algo valioso, se sienten útiles y establecen relaciones con un grupo de pertenencia. Y las familias ven a sus hijos más capaces, más responsables, más autónomos», explica Elena Unquiles Cobos, coordinadora de ocio inclusivo en Respirávila, asociación sin ánimo de lucro que proporciona momentos de respiro y descanso a las familias, e impulsora en 2024 de la iniciativa «Yo también hago voluntariado».

Este proyecto cuenta con la colaboración de las Convocatorias de Proyectos Sociales de la Fundación ”la Caixa”, que desde su nacimiento en 1999 han impulsado más de 23.500 proyectos en todo el país con los que han llegado a más de 10 millones de personas destinatarias.
El proyecto lleva activo tres años y lo conforman 16 voluntarios, además del equipo técnico de la asociación y 5 asistentes personales que atienden las necesidades individuales de los voluntarios, ayudándoles a realizar una tarea que promueve su autonomía y potencia sus capacidades.



Con el lema «Todas las personas tenemos algo valioso que aportar», los voluntarios, con edades de entre 18 y 40 años, no solo acompañan a mayores que sufren situaciones de soledad, también realizan su voluntariado en protectoras de animales, bancos de alimentos, carreras benéficas, mercadillos solidarios y entidades deportivas.
«Ellos se apuntan, hacemos una entrevista de acogida donde vemos qué intereses y disponibilidad tienen, y cuáles son sus motivaciones. Y después, ellos eligen la actividad. Ha salido tan bien que tenemos lista de espera», asegura Elena.
Luisa está a punto de salir de su habitación. Es soltera, va en silla de ruedas, tiene deterioro cognitivo y los pocos familiares que tiene viven lejos. Lleva las uñas recién pintadas y nada más ver a Adrián le lanza un gesto de cariño. Adrián está impaciente, al verla la coge de la mano y le planta unos cuantos besos y abrazos.
«Luisa es una señora mayor que tiene problemas para moverse y salir de la residencia. Suelo ponerle la cazadora, luego le pinto los labios y nos vamos a dar un paseo, a comprar lotería o a tomar algo. A ella le gusta tomar una cervecita, a mí un refresco de cola sin azúcar y a Yolanda un refresco normal», comenta Adrián sin soltarla.

Yolanda Susan es la asistente que acompaña en el voluntariado a Adrián. Es la que mejor conoce a los dos. Su función es apoyar a Adrián en las dos horas de voluntariado con Luisa, conseguir que los dos se sientan cómodos. «Adrián es un chico muy atento, está pendiente de lo que necesita Luisa y ha aprendido a manejar muy bien la silla de ruedas. ¡Es el rey subiendo y bajando bordillos!».
Hoy hace frío en Ávila, así que se van a la cafetería de la residencia. Adrián saca de la máquina expendedora unas gominolas, unas galletas de chocolate, una lata de refresco y un botellín de agua, y se ponen a jugar al dominó. No le quita ojo a Luisa y ella se lo paga con miradas de complicidad. Apenas habla.
«La función de los asistentes como Yolanda es fundamental. El programa no habría tenido tanto éxito sin su intermediación entre el voluntariado y la entidad. Sostienen y apoyan. En el caso de Adrián y Daniel realizan una labor más de acompañamiento, pero hay personas, por ejemplo, que tienen una discapacidad visual y que cuando hacen voluntariado necesitan más ayuda de los asistentes», explica Elena.
Para Adrián, la elección de atender a personas mayores en la residencia para su voluntariado fue fácil. Está acostumbrado a pasar buenos ratos con sus abuelas. Todos los fines de semana se desplaza hasta Villoslada de la Trinidad, a 45 minutos en coche de Ávila, para verlas. Las ayuda en el huerto y pasea con ellas, como hace también con Luisa en la residencia.

«El beneficio es mutuo, los voluntarios combaten la soledad de los mayores porque el día que van a la residencia es una tarde diferente dentro de sus rutinas. Pero la soledad no afecta solo a las personas mayores, hay muchas personas con discapacidad intelectual para las que estas actividades son también el mejor antídoto contra su propia soledad. Están sus familias y el entorno de las entidades sociales, pero fuera de estas no tienen redes de amistad. Les cuesta participar socialmente, desconocen qué recursos existen, no saben cómo acceder y este voluntariado les da otras oportunidades», comenta Elena.
Por el pasillo vienen Daniel y Luciano, un señor también soltero, de 90 años. «Daniel es un chico muy majo. Viene por aquí y salimos juntos, y me cuenta muchas cosas. El otro día estuvimos en el campo de fútbol viendo el Real Ávila contra el Numancia. ¡Hacía un frío…!», cuenta Luciano. Ambos cuentan que se lo pasaron fenomenal, aunque no se ponen de acuerdo en el resultado. Al final fue un empate a cero.

Daniel trabaja de lunes a sábado en un conocido supermercado de Ávila y los fines de semana en una empresa de jardinería. Es un chico resuelto: «El programa de voluntariado me ha servido para desconectar del trabajo y tener otros amigos». Como pasa con Luisa y Adrián, hoy no es día para salir a la calle, así que acompaña a Luciano a la sala de la tele para ver si emiten alguna corrida de toros. Y si no, a jugar al parchís o a las cartas.
Como ocurrió con Daniel y Adrián, muchas otras personas con discapacidad intelectual también se plantean hacer voluntariado a través de Respirávila. «No solo quieren ayudar a otras personas, también desean más independencia y que sus padres lo entiendan», admite Elena Unquiles. Todavía recuerda cuando Adrián no podía salir solo por la ciudad. «Desde hace tiempo, va solo desde su casa a la residencia y ha demostrado a su familia y a sí mismo que es capaz de eso y de mucho más».