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20.08.25
7 minutos de lecturaLa Associació Esportiva Ramassà promueve la inclusión social de mujeres refugiadas y solicitantes de asilo a través de un equipo de fútbol cuyas redes van más allá del campo. El proyecto, impulsado por la Convocatoria de Proyectos Sociales Cataluña 2024 de la Fundación ”la Caixa”, tiene el objetivo de facilitar su integración en el territorio.
Viktoriia Blinova es rusa y lleva dos años viviendo en Cataluña como refugiada. «Tenía una mala situación en mi país porque soy LGTBI+ y ahora mismo en Rusia hay muchos problemas para las personas de este colectivo y leyes contra nosotras», relata.
«Ahora aquí estoy muy feliz», añade. Viktoriia cuenta su historia en las instalaciones deportivas de la Universitat de Barcelona. Allí acude cada lunes para entrenar con un equipo de fútbol femenino. Se trata de un proyecto con el que la Associació Esportiva Ramassà busca facilitar la integración social de mujeres refugiadas y solicitantes de asilo a través de la práctica deportiva y la actividad física.
Para Viktoriia, formar parte del equipo ha sido transformador. «En el primer entrenamiento estaba muy tímida y no quería hablar con nadie porque no sabía español ni catalán y nunca había jugado al fútbol antes. Pero cada día estaba más y más extrovertida. Ahora, cuando vengo a entrenar, puedo olvidarme de mis problemas con los papeles, la familia, las noticias y todo», declara. Y no tiene dudas de cuánto le ha servido: «Para mí ha sido como una terapia mental y física».
Sus compañeras de equipo son para ella mucho más que compañeras. «Las chicas del Ramassà son mis amigas favoritas aquí: una gran familia con culturas de todos los países del mundo», describe Viktoriia. Compartir tiempo con personas que han vivido situaciones parecidas le ha aportado consuelo: «Hablar y pasar tiempo con ellas me ayudó muchísimo a ver que no estoy sola aquí. Me siento muy orgullosa y agradecida de poder formar parte de este equipo».
El proyecto arrancó en 2021. Jordi Grivé, presidente de la A. E. Ramassà, explica que la iniciativa surgió tras años de experiencia en viajes solidarios y cooperación en África. «Llevábamos tiempo pensando en hacer algo también aquí en Cataluña», afirma. Ya contaban con la participación de personas refugiadas en el equipo masculino, derivadas por entidades sociales, y decidieron entonces impulsar la versión femenina.
El objetivo está claro: «Que puedan estar tranquilas jugando al fútbol y que tengan un apoyo absoluto para poder desconectar de sus dificultades y reforzarse en todos los aspectos: anímico, de salud…», precisa Grivé. Para lograrlo, colaboran con entidades como ACNUR, CEAR, Fundación Apip-Acam, Cruz Roja, ACATHI, Accem y Sicar.cat, que les derivan a las personas interesadas.
La iniciativa, que cuenta con el impulso de la Fundación ”la Caixa” a través de la Convocatoria de Proyectos Sociales Cataluña 2024, aprovecha el deporte como «herramienta de inclusión social» que sirve para «crear redes», explica la entrenadora del equipo, María Linares. «El proceso migratorio es muy complicado. Es difícil venir a una población sin saber el idioma y sin tener ninguna red. Jugar al fútbol es la excusa; lo más importante es crear redes que les hagan el proceso migratorio más sencillo», afirma. Y añade: «No solo juegan y generan vínculos aquí en el campo, sino que también quedan fuera del ámbito deportivo y se apoyan».
En la temporada 2024-2025, el equipo ha estado formado por 35 mujeres de entre 18 y 42 años procedentes de países como Argentina, Rusia, Afganistán, Pakistán, Haití, Honduras, Nigeria, Ucrania o Perú. Algunas huyeron por conflictos bélicos; otras, por pertenecer al colectivo LGTBI+, por violencia o por amenazas directas a su integridad física.
Shagufa Ebrahimi, otra de las jugadoras, tiene 19 años y lleva dos en Barcelona. Huyó de la guerra de Afganistán siendo una adolescente y pasó dos años refugiada en Pakistán antes de pedir asilo en España. «Comunicándome con las chicas y jugando al fútbol he aprendido un montón. Me ha ayudado a ser una persona mucho más activa y energética, y lo agradezco mucho», cuenta.
Shagufa confirma que su relación con sus compañeras va más allá de los entrenos: «No solo jugamos al fútbol en el Ramassà: también hacemos actividades culturales, vamos al museo juntas… Es genial para mí tener las amigas que tengo aquí». Por eso anima a otras personas en situaciones parecidas a apuntarse a este tipo de actividades: «Si aman el fútbol u otro deporte, que lo hagan y nunca se rindan».
Además de entrenar, el proyecto promueve actividades culturales y lúdicas que las ayudan a sentirse parte de la sociedad de acogida y formaciones que facilitan su inserción laboral. «Es un colectivo que tiene muchas dificultades para encontrar empleo», reconoce Linares.
El presidente de la asociación también espera que esta experiencia sirva como modelo: «Queremos que sea un ejemplo para otras entidades que estén empezando a explorar proyectos parecidos». Y expresa su deseo de que el equipo crezca: «Que haya más chicas que quieran incorporarse, que sea una puerta abierta siempre a nuevas personas».
Para Grivé, el impacto del proyecto va más allá de lo deportivo: «Hay veces en las que no conseguimos marcar goles, pero te vas del campo sabiendo que, aunque no marques goles, ganas haciendo equipo, tejiendo redes», reflexiona.
Muchas de las participantes nunca habían jugado antes al fútbol. Linares insiste en que «es un equipo para todas» en el que «hay mucha comunidad». «Las chicas que controlan más ayudan a las que no saben y eso hace que el equipo crezca», explica.
Aunque por cuestiones administrativas no pueden competir en torneos oficiales, al final de cada entrenamiento se celebra «un partidillo» y una vez al mes se organiza algún amistoso. «Eso las ayuda a generar cohesión de equipo y las motiva a seguir viniendo: esa parte de competitividad también les gusta», señala la entrenadora.
Para la asociación es importante trabajar con perspectiva de género y eso implica tener en cuenta ciertas necesidades de las jugadoras que pueden condicionar su participación en el proyecto. Por eso ponen a disposición de las integrantes que son madres un servicio de cuidado infantil durante los entrenamientos. «Muchas veces, las mujeres migrantes viajan solas con sus hijos y, si no tuviéramos este servicio, no podrían acceder a los entrenamientos», explica Linares.
El principal objetivo en este curso ha sido crear «alianzas y un espacio seguro para todas; que vinieran y pudieran expresar lo que quisieran durante los entrenamientos», afirma la entrenadora. Y con orgullo reconoce que entre todas lo han conseguido. Linares, que no continuará la próxima temporada, se despide satisfecha: «Estoy muy feliz de que se haya creado esta familia».
Ruby Cuervo, enfermera colombiana, también encontró en el equipo mucho más que compañeras de deporte. Huyó de su país y llegó sola a España. «El proceso fue muy duro para mí y estaba sola», recuerda. Practicaba deporte por su cuenta, pero cuando le ofrecieron unirse al proyecto aceptó y no se arrepiente: «En lo personal he crecido de cero a mil. Me ha permitido reafirmar mi seguridad, socializar y sentirme nuevamente como parte de algo. Estar en el equipo Ramassà fue la mejor decisión que pude haber tomado».
«Aquí soy parte de una familia que está ahí para ti», agradece Ruby. «Cualquier cosa que necesitemos, escribimos al grupo y siempre alguien nos da una solución o apoyo», asegura.
Tras el parón veraniego, el equipo volverá a los entrenamientos el próximo 15 de septiembre. Son mujeres que han vivido situaciones extremas y que, gracias al fútbol, han tejido una red de apoyo y volverán al campo a seguir construyendo su nuevo presente.