Un jardín de rosas y La fuente de piedras

Barcelona

16.05.07

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El diseño de los jardines japoneses busca conseguir la correcta percepción de la realidad. A diferencia de los occidentales, no están hechos para pasear por ellos, sino que hay que admirarlos como si fueran una pintura o una caligrafía, donde el desplazamiento del cuerpo y la apertura de la mente son esenciales. Se trata de jardines muy simples en los que encontramos piedras y rocas, pero también hay algunos más suntuosos, que pueden incorporar árboles, plantas y agua.

Bartolini ha elegido el jardín cerrado de Arata Isozaki en CaixaForum como marco para llevar a cabo dos intervenciones consecutivas, pero separadas en el tiempo. El jardín cerrado es un marco ideal, ya que en él encontramos dos de los elementos que aparecen constantemente en muchas de las obras de este artista: el agua o la fuente y el jardín. El agua como elemento en constante transformación y símbolo de la vida también está presente en los jardines de nuestra cultura y en las fontane italianas. Y el jardín, en todas las culturas, nos remite a los antiguos vínculos del hombre con la naturaleza.

La primera intervención se titula Un jardín de rosas, aunque sólo tenemos constancia de éstas a través de su perfume. El trabajo siguiente se titula La fuente de piedras, donde un hombre lanzará pequeñas piedras al agua desde la parte superior del jardín. Bartolini ha colocado dentro del jardín una piedra con forma de montaña, como las que forman parte del diseño de los jardines zen.

Todos los elementos que nos presenta el artista en sus intervenciones son evocaciones de nuestra memoria. Como dice el propio Bartolini, le interesa potenciar los sentidos porque son una fuente de conocimientos menos inmediata y evidente. Con Un jardín de rosas nos propone hacer perceptible lo que es invisible a través de los colores o las abstracciones elementales. Con La fuente de piedras nos remite a las fontane italianas, donde normalmente encontramos piedras y grupos escultóricos con algún objeto o animal del que sale agua. Aquí, con cierta ironía, se trata de un hombre que lanza piedrecitas al agua. Esta performance en el tiempo consigue la integración de este hombre en la arquitectura del jardín, como un elemento más.

Massimo Bartolini (Cecina, Italia, 1962) estudió en el Instituto Técnico Estatal Bernardo Buontalenti (Livorno) y en la Academia de Bellas Artes de Florencia. Después de trabajar como camarero, vendedor, carpintero, arquitecto y técnico de teatro, realizó su primera exposición en casa de uno de sus mejores amigos. Su trabajo se centra en intervenciones arquitectónicas. Transforma los espacios en los que trabaja, los modifica y los redefine con algunos de los elementos propios de la misma arquitectura o con la luz, el sonido y el olor, generando en el espectador fuertes experiencias sensoriales. Sus transformaciones en diferentes hábitats pretenden crear una sensación de aislamiento en el público o bien despojar al espectador del sentimiento de pertenencia o costumbre. El tema constante en todos sus trabajos es la evocación de los antiguos vínculos del hombre con la naturaleza. Ha participado en exposiciones colectivas como Ecstasy, en el Museum of Contemporary Art (Los Ángeles, 2005); la XXVI Bienal de São Paulo (2004); I Moderni, en el Castello di Rivoli (Turín, 2003); Manifesta 4 (Francfort, 2002); Squatters, en la Fundação Serralves-Museu de Arte Contemporãnea (Oporto, 2001); y Registre i hàbitats, en la Fundació Antoni Tàpies (Barcelona, 2006), entre otras. Ha expuesto su obra en GAM Galleria Civica d'Arte Moderna e Contemporanea (Turín, 2005), Museum Abteiberg (Mönchengladbach, 2003), PS1 Contemporary Art Center (Nueva York, 2001) y Fundação Serralves-Museu de Arte Contemporãnea (Oporto, 2007).