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16.12.25
8 minutos de lecturaAsoma diciembre, las calles se llenan de luces, los adornos invaden los comercios y las agendas se cargan de cenas, brindis y reuniones familiares. La Navidad trae consigo un imaginario colectivo lleno de celebraciones y alegría, casi una obligación de estar bien que choca de frente con la realidad de quienes atraviesan un duelo. Para acompañar a estas personas, el programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas de la Fundación ”la Caixa” impulsa los encuentros «Es Navidad y hay una silla vacía», espacios donde se comparten experiencias y recomendaciones para vivir estas fechas.
Las emociones del duelo —tristeza, rabia, miedo, nostalgia, soledad— no cambian en Navidad, pero sí se intensifican. «No es solo un día señalado, son semanas enteras sintiendo la presión del entorno para estar bien», explica Marta Gutiérrez, psicóloga experta en duelo del equipo de atención psicosocial (EAPS) Mutuam del programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas de la Fundación ”la Caixa”.
Marta Gutiérrez y su compañera Elisa Sanz, también psicóloga del programa, conducen las charlas en Barcelona. En estos encuentros, que se celebran en distintos puntos del territorio español, se ofrecen recomendaciones de gestión emocional y, sobre todo, se crea un espacio donde las personas asistentes pueden compartir emociones y reflexiones, y sentirse escuchadas, identificadas y comprendidas, lo cual rompe la idea de que el duelo debe vivirse en silencio y en soledad.
Uno de los comentarios más habituales es el desgaste que provoca el maratón emocional en que se ha convertido la Navidad —prácticamente desde finales de noviembre, con el encendido de luces en muchas ciudades. «Muchas personas nos dicen: “Ojalá pudiera cerrar los ojos y despertar el 7 de enero”», asegura Sanz.
Una de las principales preocupaciones de quienes están en duelo durante estas fiestas es «el miedo a desmoronarse y no saber si podrán gestionar el cúmulo de emociones», explica Sanz. «Muchos intentan proteger a los demás de sus sentimientos de duelo por no querer fastidiarlos, pero también por no mostrar su propia vulnerabilidad», añade.

Ese intento de «cuidar» al entorno para no sumar peso al dolor compartido hace que muchas personas se cierren y eviten expresar lo que sienten, dificultando así justamente la conexión que necesitan para afrontar esa etapa. «La experiencia nos dice que cuando las personas comparten y reconocen su dolor ese peso interior se aligera mucho», añade Gutiérrez.
El duelo atraviesa a todas las generaciones y eso incluye también a los niños y las personas mayores. En el caso de los más pequeños, las psicólogas insisten en que «sobre todo, debemos dejarles ser y actuar como niños», aunque su aparente montaña rusa emocional pueda desconcertar a los adultos. «Ellos pueden estar muy tristes y en dos minutos estar jugando contentos. Y es importante respetar esa oscilación porque es una herramienta que tienen», apunta la psicóloga.
También aconsejan no excluirlos de las decisiones sobre cómo se van a vivir estas fechas. Ayuda adaptar el lenguaje a su edad y, especialmente, que los adultos nombren sus propias emociones para facilitar que los niños identifiquen más fácilmente las suyas y las expresen.
Con las personas mayores, la prioridad es no decidir por ellos y preguntarles directamente cómo quieren pasar las fiestas dejando a un lado la imposición social de estar juntos en Navidad. «Cuando están pasando un mal momento hay veces que necesitarán estar solos y es importante que lo comprendamos y lo respetemos, pero haciéndoles saber que estamos disponibles por si cambian de opinión o nos necesitan», afirma Gutiérrez.
En estas fiestas, cada persona afronta el duelo a su manera; incluso dentro de una misma familia, las necesidades pueden ser muy distintas. Por eso, subrayan las psicólogas, es fundamental reconocer y respetar esas diferencias: «Si yo no comunico lo que necesito y tú tampoco me lo dices, será difícil llegar a un acuerdo y tendremos una reacción emocional inesperada».

Para responder a la pregunta «¿qué necesito?» es imprescindible entender qué sentimos. «Las emociones no son positivas ni negativas; son agradables o desagradables, pero todas tienen un mensaje y explican algo que nos pasa», afirma Sanz. De ahí la importancia de expresarlas de manera natural y no reprimirlas. «Aguantar es la puerta de entrada a la ansiedad que muchas veces suele aparecer cuando tenemos presión social por continuar con las tradiciones», argumenta. Incluso una misma persona puede convivir con diferentes emociones a la vez.
Sin embargo, no siempre es fácil saber qué se siente. El duelo es un vaivén constante y a veces produce bloqueos emocionales. Ana García Jorodovich, que asistió a la charla de Barcelona, perdió a su madre hace cuatro años: «Cuando falleció entré en una depresión en la que no salía de la cama y no hacía más que dormir y llorar».
Ana recuerda esas primeras navidades sin su madre en estado de shock: «Fue como si no las hubiera vivido. Mis hijos y mi marido se pusieron en mi lugar y me respetaron en todo momento. Nos fuimos a una casa que tenemos en Girona, rodeada de naturaleza, y solo di largos paseos y poco más».
La Navidad estaba íntimamente asociada a su madre: «No concebía el hecho de no ir a su casa. Junto con mi hermana, cocinábamos las tres allí, nos poníamos nuestra música, brindábamos juntas… Las primeras navidades no sabíamos ni dónde sentarnos».
Los años siguientes, Ana transitó por distintas versiones de la Navidad según lo que iba necesitando en cada momento y siempre arropada por su familia. «Las segundas navidades fueron totalmente diferentes. Nos fuimos a un hotel, nos apuntamos a un spa y luego cenamos en el hotel. Rompimos con la tradición y no nos fue nada mal. En la mesa incluso contábamos chistes», recuerda.
La llegada de su nieta también transformó su mirada sobre estas fiestas: «Ser abuela me cambió. Mi nieta me dio una alegría que hasta que no lo vives, no lo entiendes. Hizo que nuestras navidades volvieran a ser bonitas».
Para Ana, el apoyo incondicional de los suyos y la flexibilidad con la que la han acompañado han sido claves para sobrellevar el duelo en Navidad. «Mis hijos y mi marido han estado ahí siempre que los he necesitado, sin agobiarme, dándome mis espacios y mi tiempo. Eso es crucial porque, si no te entienden, tú te encierras en tu caparazón», asegura.
Además del apoyo familiar, Ana García vivió un punto de inflexión cuando comenzó terapia con la psicóloga Marta Gutiérrez: «A los ocho meses de fallecer mi madre inicié la terapia, que me ayudó muchísimo. Empecé a transitar el duelo y acabé abriéndome en canal. Creo que fue la mejor decisión que tomé».
Pedir ayuda fue el empujón que necesitaba para salir adelante: «Si no pides ayuda, te puedes quedar aislada durante años. Gracias a la terapia he podido encontrarme a mí misma y he aprendido a gestionar lo que siento. Marta me daba puntos de vista que yo no era capaz de ver», afirma. «Escuchando a la persona, explorando su entorno, sus recursos, su historia vital, el vínculo que tenían y cuál ha sido su pérdida, podemos acompañar y dar recomendaciones más concretas», corrobora Gutiérrez.

Según las psicólogas, no existen pautas estándar para sobrellevar un duelo, pero sí un consejo que sirve para todos: «La recomendación es darte un momento para parar, ver cómo estás y qué necesitas», reconoce Sanz. «El duelo es un proceso que nos frena en seco. Hay que darse permiso para que afloren los sentimientos. Puede que en un momento sientas una cosa, y media hora después, otra diferente. Todo está bien cuando estamos en duelo».
Aunque cada vez se habla más de la muerte y del duelo, siguen siendo temas tabú. Tanto Gutiérrez como Sanz coinciden en que hablar de ello y acordar qué se quiere celebrar y qué no ayuda al entorno a ofrecer el apoyo necesario: «Es tan sencillo como escuchar y ser honestos. Se puede decir: “Mira, a mí me gustaría mucho esto, pero no me siento con fuerzas”».
Para las psicólogas es igual de válido replantear las tradiciones como mantener las celebraciones navideñas en familia teniendo presente a la persona que ocupaba esa silla ahora vacía. «Pequeños gestos como unas palabras en un brindis o compartir anécdotas para recordar a la persona que ya no está facilitan mucho. Así se evita ese efecto del elefante en la habitación del que nadie habla y se libera tensión», explican.
En esta época del año, tan marcada por la alegría y las reuniones familiares, detenerse a escuchar las propias emociones, flexibilizar las expectativas y abrir conversaciones sinceras dejando aflorar los sentimientos puede ser de gran ayuda para transitar el duelo. Y si ese camino se recorre acompañado —por familiares, amigos, profesionales o grupos de personas que atraviesan situaciones similares—, es más fácil encontrar una nueva forma de habitar estas fiestas y empezar a convivir con la ausencia que esa silla vacía recuerda.