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Cuando el cáncer de Antonia, madre de Rosa, no respondía a los tratamientos, la trabajadora social les ofreció ayuda psicológica. Darío, psicólogo del programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas de la Fundación ”la Caixa”, las acompañó en la fase final de la vida de Antonia, y después de fallecer esta, en el duelo de Rosa.
Rosa habla con una despojada sencillez de la enfermedad y la muerte de su madre, Antonia: «Descubrieron su cáncer poco antes de la pandemia y se alargó durante tres años. Cuando estaba a punto de acabar el primer tratamiento de quimioterapia descubrieron que había metástasis cerebral. Intentaron un segundo tratamiento, pero no dio resultado. Después de un tiempo nos dijeron que no valía la pena seguir porque mi madre no iba a tener más calidad de vida. Ese fue un momento muy difícil, como se puede imaginar, y la trabajadora nos ofreció acompañamiento psicológico. Fue entonces cuando Darío entró en escena».
Darío es uno de los psicólogos del programa de Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas. En ese programa están los equipos de atención psicosocial (EAPS), compuestos por diferentes profesionales, entre ellos psicólogos, que trabajan con pacientes con enfermedades avanzadas y sus familiares. En momentos tan duros y difíciles es fundamental cubrir tanto las necesidades físicas como las psicológicas, sociales y espirituales. «Cuando nos dijeron que mi madre iba a morirse, la parte médica era la que menos me preocupaba porque trabajo como técnica de enfermería. Sabía cómo atender a mi madre. Hace doce años, cuando mi padre murió de cáncer, estuvo perfectamente atendido, pero en aquel momento no había atención psicológica y he podido comprobar la diferencia. Tanto para mi madre como para mí, la presencia de Darío ha sido fundamental. A pesar de ser un momento de gran tristeza, consiguió que fuera una experiencia bonita. Mi madre lo adoraba y yo le estoy muy agradecida. Nos pudimos despedir en paz. Tristes, pero en paz».
Los psicólogos como Darío prestan sus servicios a las personas en cuidados paliativos y a sus familias, tanto en los meses previos a la muerte como en el duelo que la sigue. Darío cuenta que es un trabajo difícil, pero que compensa. «Trabajamos con el paciente y su familia para reducir el sufrimiento que conlleva afrontar una enfermedad terminal. Intervenimos en uno de los momentos más importantes de la vida, como es el cierre de la biografía. De algún modo somos privilegiados porque trabajar la muerte nos permite entender mejor la vida».
«Mi madre era una persona muy fuerte», cuenta Rosa. «Aun enferma nos ha dado lecciones de vida y también de muerte. Confrontó su propia muerte con tranquilidad, sin miedo. Después de ver cómo se iba no le temo a la muerte. Como ella misma decía me da miedo sufrir, una agonía larga..., pero no morirme. Si has hecho todo lo que tenías pendiente y has podido despedirte, no hay nada que temer. Darío nos decía que él mismo había aprendido de ella, que había pocos casos así».
Darío confirma que Antonia representa un caso especial. Pudo acompañarla, a ella y a sus hijos, durante todo el proceso: el diagnóstico de una enfermedad incurable, el afrontar los tratamientos oncoactivos, la progresión de la enfermedad y la adecuación de los tratamientos, la situación de final de vida y sedación, y actualmente el proceso de duelo de sus familiares. «Cada momento requiere un tratamiento. Es importante individualizar nuestra intervención. En el caso de Antonia presencié una transformación hermosa. A pesar de que tenía cierta dificultad para compartir los sentimientos con su hija y principal cuidadora, Rosa, consiguió reparar asuntos pendientes y afrontar sin miedo la muerte. Tuvo un final de vida desde el permiso, la serenidad y la aceptación».
Rosa afirma que siempre se ha sentido muy orgullosa de su madre. «Mis padres no tuvieron una vida fácil y supieron darnos a mis hermanos y a mí una educación exquisita. Podemos ir a cualquier sitio con la cabeza bien alta. Ante esa educación me quito el sombrero, pero nos faltó algo de cariño. Eso es algo que yo tenía clavado y lo pude hablar con mi madre tranquilamente gracias a Darío. Se lo pude plantear a ella sin que pareciera un ataque, como una pregunta. Sola no lo habría sabido hacer y Darío supo encontrar la manera».
«Me queda una sensación agridulce», termina Rosa. «Con mi madre nos acercamos muchísimo los últimos meses de su vida. Sabe mal no haber disfrutado más de ella, pero me quedo con la felicidad de haberla despedido en paz».
La historia de Rosa y Darío forma parte del proyecto documental Vidas contadas, 14 historias de superación donde se da voz a personas en riesgo de exclusión que comparten sus aprendizajes con el fin de sensibilizar a la ciudadanía.