Exposición: Rodin y la revolución de la escultura. De Camille Claudel a Giacometti

Barcelona

28.10.04

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«¿Acaso las catedrales están terminadas?», solía preguntar Rodin a aquellos que, atónitos, tachaban de inconclusa su obra La puerta del infierno. Formado al margen de las instituciones oficiales, Rodin desconcertó al público con sus múltiples retoques y rectificaciones, en un empeño ingente por reducir la obra a su esencia y alcanzar así la perfección. No en vano hoy es considerado como el iniciador de la revolución que cambió totalmente la escultura en el siglo pasado. «Seguirá siendo, para las generaciones venideras, el único que dio un mazazo liberador contra la muralla que ahogaba poco a poco la amenazada vida de la escultura», proclamó Zadkine en 1952, con motivo de un homenaje en el Musée Rodin, al que también asistieron Brancusi, Giacometti, Arp y Chauvin. Bajo el título Rodin y la revolución de la escultura. De Camille Claudel a Giacometti, la Fundación ”la Caixa” presenta en CaixaForum la más completa y sugestiva exposición que se ha realizado hasta la fecha sobre Rodin en nuestro país. Más de un centenar de esculturas de casi treinta artistas confrontan la obra del gran maestro con la de sus coetáneos y la de creadores posteriores de la talla de Picasso, Brancusi, Matisse y Archipenko. La muestra no sólo traza un recorrido por la trayectoria de Rodin, sino que establece múltiples correspondencias con la obra de los colaboradores de su taller (Camile Claudel, Bourdelle, Jouvray) y de otros artistas que lo consideraron su maestro (Maillol, Duchamp-Villon). Uno de los atractivos es poder contemplar las esculturas del gran precursor junto a otras que, como el Gran profeta de Gargallo y el Hombre que camina de Giacometti, se han convertido en símbolos de la condición humana. Paralelamente, se presenta una selección de piezas fundamentales de la escultura española en las que la impronta de Rodin se hace patente.La exposición Rodin y la revolución de la escultura. De Camille Claudel a Giacometti, comisariada por Antoinette Le Normand-Romain, conservadora de escultura del Musée Rodin de París, se podrá visitar en CaixaForum (av. del Marquès de Comillas, 6-8, Barcelona), del 29 de octubre de 2004 al 27 de febrero de 2005. La muestra ha contado con el asesoramiento de Josefina Alix, quien ha realizado la selección de piezas de artistas españoles. La colaboración entre la Fundación ”la Caixa” y el Musée Rodin de París no es nueva. Desde 1996, ambas instituciones han mantenido una estrecha relación que ya se ha traducido en otras tres grandes exposiciones: Auguste Rodin y su relación con España, que se presentó en Zaragoza en 1996 y reflejaba, a través de casi doscientas obras, el vínculo que el maestro mantuvo con nuestro país a raíz de la amistad con el pintor vasco Ignacio Zuloaga; la retrospectiva Auguste Rodin, que se inauguró en el marco de Salamanca 2002 y reunía un conjunto excepcional de 56 esculturas en bronce y mármol que mostraba el proceso de creación del maestro; y Los arrepentimientos de Rodin, una selección de un centenar de fotos y dibujos inéditos que complementaba la anterior y mostraba el empleo de la fotografía como material de trabajo por parte del artista a lo largo de su trayectoria. Ahora, con Rodin y la revolución de la escultura. De Camille Claudel a Giacometti, el Musée Rodin y la Fundación ”la Caixa” dan una nueva vuelta de tuerca en esta cuarta exposición, que muestra hasta qué punto el gran maestro revolucionó un arte, el de la escultura, que había quedado relegado a tediosa disciplina y prácticamente reducido a mero monumento conmemorativo. Heredero de una larga tradición, Rodin aparece, sin lugar a dudas, como el iniciador de la revolución que cambió totalmente la escultura en el siglo XX. Después de interesarse por la expresión bajo la influencia de Miguel Ángel, en la década de 1880 dio un giro hacia el arte de la Antigüedad y alrededor de 1895 empezó a conceder la categoría de obras terminadas a figuras parciales. A partir de 1900, ocupó el primer plano de la escena artística, y los escultores posteriores ya solo pudieron situarse en relación con él, tanto si aceptaban como si rechazaban su influencia.La exposición Rodin y la revolución de la escultura. De Camille Claudel a Giacometti, que solo podrá verse en CaixaForum, reúne una extraordinaria colección de esculturas de Rodin, acompañadas de una selección de obras de sus contemporáneos y de otros artistas posteriores que demuestran su influencia en el arte del siglo XX. Entre los casi treinta artistas representados destacan Camille Claudel, Aristide Maillol, Constantin Brancusi, Henri Matisse, Alberto Giacometti, Alexander Archipenko, Josep Clarà, Charles Despiau, Eduardo Chillida, Jules Desbois, Pablo Picasso, Julio González, Madeleine Jouvray y Pablo Gargallo, entre otros. Las 105 obras reunidas para la ocasión pertenecen a más de una treintena de instituciones y colecciones públicas y privadas, como el Musée Rodin de París, el Musée Orsay de París, el Musée Matisse de Niza, la Fondation Giacometti de París, la Kunsthaus de Zúrich, el Musée des Beaux-Arts de Lille, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC).La exposición está dividida en cinco ámbitos: Introducción: Unos comienzos difíciles, Los primeros encargos: La puerta del infierno, En el taller: ayudantes y talladores, Monumentos públicos y «Nuestro maestro: Rodin». La selección de piezas fundamentales de la escultura española, en las que la huella de Rodin es evidente, se muestra en este último apartado, junto a obras de otros artistas. Dicha selección, a cargo de Josefina Alix, está formada por obras de Casanovas, Julio González, Chillida, Picasso, Gargallo, Josep Clarà, Mateo Inurria y Daniel González. Introducción: Unos comienzos difícilesAuguste Rodin nació en París en 1840 y murió en Meudon en 1917. Hacia 1885, tras su ingreso en la Petite École, descubrió la escultura: «Vi el barro por primera vez, y me sentí transportado al paraíso. Hice piezas sueltas, brazos, cabezas o pies; y luego me dediqué a la figura entera... Estaba entusiasmado». Para ganarse la vida, se puso a trabajar para varios ornamentadores. «La necesidad de vivir me llevó a aprender todos los aspectos de mi oficio... Esto fue para mí una especie de aprendizaje encubierto», recordaría más adelante. Pronto logró cumplir uno de sus sueños, tener taller propio, trabajando frenéticamente en una «gélida caballeriza». Para un artista joven era indispensable exponer en el Salon, lugar de encuentro privilegiado con el público. El busto El hombre de la nariz rota es la primera obra de Rodin que se mostró allí, pero no fue hasta 1875. Diez años antes, el artista ya había intentado presentarla, pero el jurado la rechazó debido a su aspecto fragmentario (por efecto del frío invierno de 1865, la parte posterior de la cabeza se resquebrajó y cayó). El artista conservó la obra y, cuando logró los medios económicos suficientes, le dio al busto su forma primitiva y confió su ejecución en mármol a su amigo Léon Fourquet. Finalmente, en 1875, fue aceptado por vez primera en el Salon. Dos años más tarde, expuso un estudio masculino de tamaño natural, La edad de bronce, con el que esperaba darse a conocer, pero fue un fracaso, ya que suscitó sospechas de que la figura se hubiese realizado a partir de moldes sobre el natural. Formado fuera de las instituciones oficiales, Rodin tenía un concepto demasiado personal de la escultura, que no podía más que llevar al desconcierto a un jurado habituado a basarse en criterios tradicionales. Los primeros encargos: La puerta del infiernoEl interés que el director de Bellas Artes, Turquet, sentía por Rodin le valió a este el encargo, por decreto del 16 de agosto de 1880, de una puerta decorativa que debía ornamentarse con bajorrelieves inspirados en la Divina comedia de Dante. Tras leer y releer a lo largo de un año a Dante, «viviendo solamente de él y con él, dibujando los ocho círculos de su infierno», Rodin realizó centenares de figuras. Siempre modeladas del natural, las ejecutaba como obras autónomas, las probaba en La puerta del infierno y las aceptaba o rechazaba. Todas estas piezas pasaban a formar parte de un depósito de formas del que Rodin se abasteció a lo largo de toda su carrera. Aunque pensadas inicialmente para La puerta, algunas de ellas (El pensador, El beso, Ugolino...) adoptaron una existencia autónoma, y fueron fundidas en bronce, reproducidas en mármol e, incluso, ampliadas. Otras obras, que en principio fueron pensadas de forma independiente, se unieron dando vida a nuevos grupos escultóricos. En el taller: ayudantes y talladoresRodin se sirvió de colaboradores desde muy pronto. Con los grandes encargos de las décadas de 1880 y 1890, las necesidades de moldeado y ampliación se multiplicaron, por lo que el artista se rodeó de fundidores, talladores, moldeadores, ayudantes y alumnos, cuyo cometido no siempre estaba definido con precisión. Camille Claudel y Jules Desbois fueron los primeros en entrar a trabajar para el maestro. Muchos de sus colaboradores eran también excelentes escultores (Claudel, Desbois, Pompon, Bourdelle, Despiau), por lo que el taller se convirtió en escenario de unos intercambios que Rodin no dudó en aprovechar. Así, obras de otros artistas le sugirieron nuevos grupos escultóricos. La caída de un ángel, por ejemplo, parece hacerse eco de la Leda de Desbois. Para Rodin, una obra siempre era susceptible de transformarse, por lo que se negaba a encerrar la forma dentro de unos contornos demasiado precisos. Acostumbrados a trabajar para él, los talladores eran capaces de transformar un simple esbozo en un modelo terminado. Muy pronto, Rodin no dudó en exponer obras inacabadas, a veces incluso sin firmar, como El beso grande en mármol, abandonada en 1889 por el tallador, Jean Trucan; e incluso llegó a interrumpir el trabajo de algunos talladores al quedar impresionado por el poder de sugestión de una obra cuya ejecución todavía no había concluido (es el caso de El pensamiento de 1895). Con el paso del tiempo, Rodin pidió a sus ayudantes que difuminaran más las formas, hasta el punto de que resulta difícil decir si, en opinión del artista, las obras estaban realmente terminadas, como el busto de la Duquesa de Choiseul. Pese a ello, fue muy imitado. Al principio de sus carreras, Schnegg, Bourdelle, Despiau, Brancusi (éste último con El sueño, de 1908) y muchos otros adoptaron el mismo principio de contraste entre lo terminado y lo no terminado. «En arte hay que saber sacrificar», decía Rodin, quien, más allá de las ideas concebidas a priori, se dejó llevar por el azar y no dudó en hacer del accidente uno de sus principales impulsos creativos. Es el caso de Eva, que, abandonada en 1881, salió finalmente a la luz en 1899.Monumentos públicosEn el siglo XIX, el monumento público tenía una función didáctica: la indumentaria y el gesto debían permitir identificar fácilmente al personaje representado, mientras que figuras alegóricas y bajorrelieves anecdóticos desarrollaban las cualidades y los actos más relevantes de su vida. Para el Monumento a Victor Hugo Rodin respetó este principio, aunque lo despojó del resto de figuras, mostrando solo la imagen del poeta.Pero años después, con motivo del Balzac, concentró la fuerza creativa del escritor en el rostro, rompiendo con la tradición. El modelo generó un auténtico escándalo, y la Société des Gens de Lettres retiró el encargo. El 13 de julio de 1908, en Le Matin, Rodin afirmó que la estatua seguiría «su propio camino». «Esta obra que ha sido motivo de burla, que han querido ridiculizar porque no la podían destruir, es el resultado de toda mi vida, el eje de toda mi estética.» «Nuestro maestro: Rodin»«De los que han recorrido su obra, cuántos franceses, cuántos estudiantes venidos de todos los países han extraído gestos, suavidades y arrebatos de este océano de obras... Sí, todos los contemporáneos hemos seguido el impulso de la obra del mayor de nosotros, todos hemos adoptado las maneras de sus trabajos», reconoció Bourdelle. El extranjero Zadkine, por su parte, afirmó al llegar a París: «En 1910, aparte de Rodin, no había ningún escultor cuyas obras hubieran podido ser una respuesta al desencanto que sentían los jóvenes al visitar, por ejemplo, el gran Salon.» Preocupado únicamente por la forma, Rodin convirtió la mano y la cabeza, por su fuerza expresiva, y el torso, por su plenitud, en sus campos de experimentación favoritos. De este modo abrió la puerta de la escultura del siglo XX: desde Drivier, Dejean y Janniot hasta Brancusi, Archipenko, Zadkine, Giacometti, Ubac, Chillida y Dodeigne, desde los figurativos hasta los no figurativos, desde los artistas que tuvieron relación con él hasta los que, mucho más jóvenes, solamente lo conocieron a través de su obra, el torso como tal se convirtió, a partir de 1912-1913 y sobre todo después de la Primera Guerra Mundial, en uno de los temas predilectos de los escultores. Para unos, como, por ejemplo, Maillol, que siempre empezaba por el torso y tenía la tentación de contentarse con él («faltan los brazos, no importa»), era suficiente por sí mismo para evocar a la mujer, ya que es la parte del cuerpo en que mejor se expresan sus características; para otros, como Brancusi, que lo redujo a una cadera y un muslo, es un ejercicio de ascesis que los lleva a buscar la esencia de la forma. Rodin y la revolución de la escultura. De Camille Claudel a GiacomettiDel 29 de octubre de 2004 al 27 de febrero de 2005Inauguración: jueves 28 de octubre, a las 20 hCaixaForumAv. del Marquès de Comillas, 6-808038 BarcelonaHorario:De martes a domingo y festivos, de 10 a 20 hLunes, cerrado, excepto festivosServicio de Información Tel.: 902 22 30 40Entrada gratuitaMás información: Web Exposición: Rodin y la revolución de la escultura. De Camille Claudel a Giacomettiwww.fundacio.lacaixa.es